Narcotráfico y posconflicto

El posconflicto puede resultar más complejo que el conflicto.

Y que el proceso de paz. En un país acostumbrado a distintas maneras de la violencia, que parece tener una tara genética al respecto, podrían bombardearse desde distintas esquinas y balcones los hipotéticos resultados de un acuerdo entre el gobierno y la guerrilla.

Uno de los aspectos que podría mandar a casa del carajo las negociaciones de La Habana, es el narcotráfico, un viejo mal que azota a Colombia y la ha involucrado en guerras ajenas desde fines de los setentas. Muchos “ideales” guerrilleros de esos días se esfumaron con la presencia de las posibilidades del tráfico de estupefacientes como modo de financiación, aparte del aterrador secuestro y otros bandidajes, de los movimientos alzados en armas.

El narcotráfico, que en los sesenta tiene como máxima expresión la bonanza marimbera, va forjando capos, mercados, rutas y por supuesto en su erección como una forma de conseguir una descomunal plusvalía, “contamina” y seduce capas de la población más pobre. A la par, surgen otros fenómenos delictivos como el contrabando de cigarrillos y licores, que también crea capos y carteles. La cultura, si así puede denominarse, del narcotráfico y de lo ilegal se extiende como peste por el país, penetra en la política tradicional pero igual en la de los insurgentes.

La marihuana, adorada y aun cultivada en materos por algunos poetas, de pronto se convierte en una atracción, que puede representar riqueza, poderío, salir de tantas miserias. Todavía no se habían terminado los azotes de los “pájaros” y chulavitas en los montes y pueblos colombianos. Algunos terratenientes, amparados por sus ejércitos de asesinos, habían extendido sus propiedades. Y ahí, en ese punto, surge la posibilidad de cultivos ilegales, de un nuevo peonaje, de aprovechamiento de tierras en un país sin reforma agraria.

Colombia, país en vilo, llega a los sesentas en medio de matanzas, pero, a su vez, con la presencia de los Cuerpos de Paz gringos, que aprovecharon su periplo no solo para esterilizar indígenas, sino para enseñarles a muchos de ellos cómo procesar la milagrosa coca. Y el narcotráfico surge a la par que las llamadas repúblicas independientes, las mismas que con el apoyo norteamericano, fueron bombardeadas en los días del cazador Guillermo León Valencia. Las Farc, como se recuerda, surgieron en medio de aquel “candeleo”, o como una de sus consecuencias.

En los setentas, cuando la marihuana fue perdiendo cartel, la cocaína creó, además de paraísos artificiales, auténticas fortalezas de las mafias, que compraron (corrompieron) políticos, industriales, terratenientes, guerrilleros…  Muchos apartamenteros, “cosquilleros” (carteristas), secuestradores, asaltantes de bancos de los sesenta, se pasaron después a las hordas mafiosas, unas veces para acrecentar sus ejércitos, y en otras, en calidad de capos o lugartenientes de estos. El narcotráfico, a partir de los ochenta, ya gozaba de ubicuidad en Colombia. Lo había penetrado todo. Y la violencia seguía siendo el común denominador en un país al que había que sumarle la aparición en los sesentas de tres razones sociales guerrilleras. Y ni hablar del paramilitarismo, consolidado en los ochenta y noventa, que apeló al expediente del narcotráfico, constituido en un proyecto político, que a la postre se quedó con las mejores tierras y causó desplazamientos y terrores a granel.

¿Y qué tiene esto que ver con las negociaciones de La Habana? Decía que el posconflicto puede ser azaroso, sobre todo porque, tras la incorporación de los exguerrilleros a la vida social y política del país, no se terminará con ello el narcotráfico. Advertía el historiador Eduardo Sáenz Rovner: “Con o sin Farc, el narcotráfico seguirá vivito y coleando en muchas partes del país e irrigando la economía nacional” (El Espectador, 25-01-2015).

Y tal vez le faltó agregar que las bacrim en todas sus modalidades continuarán con sus fechorías en ciudades y campos. Se dirá, claro, que un acuerdo de paz con las Farc es un avance significativo en un aporreado país como el nuestro. Pero el posconflicto tendrá que considerar muchas otras situaciones, entre ellas las originadas por el narcotráfico. “En Colombia —anotó Sáenz— la gente se mata por un celular y eso no tiene nada que ver con las Farc”.

Y en un país sin justicia social y de inequidades abundantes, el narcotráfico seguirá teniendo su campo abonado.

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