Planetario. Malabares (II)

Dicho de otro modo, gobiernos fallidos y al borde del colapso como el de Cuba y Venezuela, tienen ahora la opción de reconvertirse y cobrar aliento sin que eso signifique, necesariamente, que tengan que perder su identidad marxista-leninista, es decir, su naturaleza opresora y despótica, incluso más allá de la muerte de Fidel y Raúl.

Es por eso que el presidente Obama y, sobre todo, el próximo gobierno (¿republicano?) tendrá que ser muy precavido y cauteloso en el proceso de apertura para no resultar consolidando al régimen tan solo a cambio de que unas cuantas empresas norteamericanas se dediquen a hacer buenos negocios en la Isla. En otras palabras, si un manojo de multinacionales terminasen dictando el interés nacional y se perdiera de vista el objetivo estratégico de reconstruir un hemisferio de la libertad, los EE.UU. caerían de nuevo en el error de ser los escuderos de las dictaduras al remplazar a los Pinochet, Videla y Somoza por los Castro, Maduro y Ortega.

En resumen, se trata de un arriesgado ejercicio de malabarismo en el Caribe que tiene repercusiones continentales pues, en el fondo, es exactamente lo mismo que sucede entre el presidente Santos y las Farc, al amparo de la Casa Blanca.

Creyendo que éste es el momento histórico ideal para absorber a la guerrilla y reintegrarla al sistema democrático porque se halla militarmente diezmada y sus fuentes de apoyo externo están deshidratadas, Santos podría acceder a las pretensiones de una organización subversiva que desarrolla sus metodologías de negociación en estrecha comunión con los estrategas cubanos, tal como podría verse con su reciente y capciosa declaratoria unilateral de cese de hostilidades.

Para decirlo en otros términos, lo importante, tanto en el caso de Obama como en el de Santos, no es la melosa retórica romántica que embarga a quienes se felicitan por “el giro histórico en un conflicto de más de 50 años”, o “la nueva era en estas relaciones”.

Por el contrario, lo verdaderamente importante es la escrupulosa verificación y exigencia en el cumplimiento de los acuerdos para evaluar el cambio en la conducta autoritaria y violenta de la contraparte ya que en eso estriba la diferencia entre haber perfeccionado la democracia en el hemisferio o haber caído en una trampa de aquellas en las que tan hábiles han sido a lo largo de su existencia los Castro, las Farc y su extensa lista de simpatizantes.

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