Sobre las subas

Estación Subienda, a la que el Estado nunca va y por eso da cifras imaginarias, lo que lo desacredita, pues en esta estación todo ha subido y está por encima de esa inflación que dicen que no existe, pero que está ahí y hace de las suyas y de la que se enteran las señoras que mercan, los que compran ropa y no ven cuáles son las rebajas que anuncian los cart eles, las mujeres que adquieren elementos de aseo personal a precio de dólar y de lo que venden las farmacias ya ni hablar. Esto sin contar a los niños que van por un helado y no les alcanza, quieren una hamburguesa y cuesta como si estuviéramos en París. Y es que todo sube sin que haya ningún control, cada uno poniendo el precio que le parece, escondiendo lo que quiere y promoviendo toda clase de tarjetas para un futuro endeudamiento. Total, compramos, reclamamos, maldecimos, pero es como si nada. La subienda es ruidosa y si no quiere no lleve, total somos un país libre y poco soberano.

Colombia es un país caro y en el que la relación costo-beneficio es difícil ver, pues esto que cada día vale más tiene menos incidencia en la calidad de vida y genera mucho caos en lo que pasa. Aquí, si se quiere vivir decentemente, todo hay que pagarlo, incluidos esos sobrecostos extraños a los que nuestros economistas y tecnócratas macondianos se hacen los de la vista gorda, pues ellos, que son más propaganda del gobierno y de las econometrías amañadas que analistas de la realidad, tratan de hacer creer que las economías funcionan por lo macro y no por lo micro, que es donde están los consumidores y los intercambios económicos simples, la circulación del dinero y la posibilidad y estabilidad del empleo. Y algo más, creen que con soñar se vive. Vea Ud.

Es claro que vivimos dentro de una liberalidad salvaje que permite que unos suban y otros bajen sin que medien escalones, o sea gente saltando por todos lados. Y se miente, palabra esta que tiene en su interior el mal peor: la desconfianza entre la gente y el miedo, lo que propicia la codicia, la ilegalidad, la trampa, la corrupción, la burla, en fin, un estado permanente de naturaleza (egoísmo) y riesgo. Y en esta situación, en la que se vive como entre una horda de mongoles, se habla de democracia pero no de una sociedad civil fuerte que enfrente a lo que pasa, como debiera suceder en un país que se llame democrático. O sea que en esto de comprar y vender lo que menos vale es la decencia. Y peor, seguimos comprando más de lo que no se necesita. Y nos quejamos.

Acotación: La queja es una señal de que algo pasa. Pero cuando quejarse se convierte en algo que con un partido de fútbol se calma, lo que molesta y daña ya no se tiene en cuenta y deja de existir por un gol a favor o en contra. Y bueno, ahí vamos, pagando como ricos y siendo cada vez más pobres, si no de bolsillo, sí de sociedad civil.

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