Un Estado abusivo e ineficaz

Los impuestos que se pagan en Colombia, particularmente por parte de las empresas, están entre los más altos del mundo. Así, de manera corta y contundente, se puede resumir el sistema de tributación nacional. Pero habría que agregarle una aclaración. A cambio de esas tasas impositivas confusas y arbitrarias que hace rato traspasaron las fronteras del abuso, tanto el sector privado como la sociedad entera reciben muy poco a cambio.

Sí. De acuerdo a Fedesarrollo, la Tasa Efectiva de Tributación en este país es de casi el 60% en promedio, es decir, que ese porcentaje de las utilidades brutas de cualquier compañía por obligación se los lleva el Estado.

Ahora, ante el debate que genera esa abultada cifra, los entes gubernamentales suelen escudarse en que estos índices se pueden ver también en otros países, particularmente de Europa. Sin embargo, de manera conveniente parecen olvidar la otra parte de la ecuación.

Ecuación cuya teoría gira en torno a que una sociedad debe pagar impuestos, sí, pero debe recibir una contraprestación por su esfuerzo. Para el caso europeo, la compensación que reciben los contribuyentes en el Viejo Continente se traduce en obras de primera en cuanto a vías, infraestructura en general, servicios públicos y prácticamente todo lo que se analice.

Por el contrario, para el caso colombiano ese balance entre impuestos y respuesta del Estado difícilmente podría ser más negativo.

Y no podría, porque a cambio del pago de gravámenes altos, los individuos y firmas nacionales no gozan de la inversión pública materializada en carreteras modernas, aeropuertos adecuados o una infraestructura mínima que le permita al país ser eficiente y competir en un mundo globalizado. De hecho, lo poco que se ve deja mucho qué desear; obras en mal estado y pésimamente diseñadas e incluso con poblaciones enteras que ni siquiera tienen un acueducto en pleno siglo XXI, para citar apenas dos ejemplos.

Adicionalmente, como corolario a ese pobre beneficio, quienes aportan al Estado no dejan de enterarse constantemente de escándalos de malversación de fondos y corrupción contra los presupuestos públicos, que pasan directamente a los bolsillos de una clase política enquistada en los altos círculos de las instituciones.

Así las cosas, el balance para el caso colombiano arroja un resultado totalmente desesperanzador. Un arqueo tan triste, que no suena exagerado afirmar que en este país se pagan unos de los impuestos más onerosos del planeta entero.

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