La caída anunciada de la economía

La economía, que crecía 6,4% en el primer trimestre de 2014, y tal como se predijo al principio de año en esta columna, terminó con un aumento de 3,5%.

La enorme diferencia entre el promedio de 4,6%, que ha sido resaltado en los medios de comunicación, y la cifra del cuarto trimestre dejan en evidencia el acelerado deterioro de la economía colombiana.

En el cuarto trimestre la minería descendió 3%, la industria bajó 0,3%, la agricultura creció 0,9% y la construcción 5%. Este balance deja al descubierto el fracaso del plan de desarrollo de las locomotoras. La principal locomotora representada en la minería se derrumbó. De otro lado, la industria y la agricultura, que son los sectores con mayores posibilidades de expansión sostenida, se mantuvieron en recesión y estancamiento. Para completar, la construcción que mostró altas tasas de crecimiento al principio del año ha venido decayendo. La presunción del nuevo plan de desarrollo de que el descarrilamiento de la locomotora de la minería se compensaría con la infraestructura física fue controvertida antes que se divulgara el documento. La construcción privada no puede prosperar dentro de un marco de devaluación y la infraestructura física de austeridad fiscal.

Lo anterior tiene un claro reflejo en la ocupación. El empleo, luego de haber avanzado por encima de la población, ahora lo está haciendo por debajo. La tasa de desempleo regresó a los niveles entre el 9 y 10% y tenderá a mantenerse o a subir. Si a esto se agrega que la inflación supera el ajuste del salario, Colombia continuará en el proceso de reducción de los ingresos del trabajo en el producto nacional y de ampliación de las desigualdades.

La manifestación más dramática se da en la balanza de pagos. La revaluación de diez años y la caída de los precios del petróleo, tras desquebrajar el sistema productivo, configuraron un déficit en cuenta corriente de más de 6% del PIB, que tiene inmovilizada la economía. De un lado, ocasiona una escasez de divisas que dispara la tasa de cambio y la inflación, y baja el salario real, y de otro lado, se manifiesta una fuerte contracción de demanda que reduce la producción y el empleo.

El estado de la economía ha adquirido la forma de anarquía sectorial, elevado desempleo, desbalance externo y deterioro persistente de la equidad. En cierta forma, estamos ante una radiografía del incumplimiento de las teorías de libre mercado en economías plenas de recursos naturales. Lamentablemente, la resistencia oficial a reconocer la realidad ha inducido a errores persistentes de predicción y a interpretaciones acomodaticias.

La recesión continuada de las manufacturas ha movido a algunos sectores cercanos al Gobierno a solicitar la adopción de una política industrial. Esta política bien concebida es antagónica a las concepciones y las instituciones que propiciaron durante décadas. Su aplicación se ve seriamente bloqueada por el consejo de competitividad que propicia las actividades que generan más divisas, la renuncia de los aranceles que se hizo explícita en las recriminaciones a Ecuador, la proliferación de TLC, la rienda suelta a la inversión extranjera, la inflación objetivo y la regla fiscal. Mientras que estas condiciones persistan, la política industrial no pasaría de ser un recurso semántico para conseguir otros fines, como la devaluación masiva para reducir el salario real.

Las cifras de enero y febrero confirman que la tendencia decreciente se acentuará en el presente año. La economía se encuentra en una senda de crecimiento de menos de 3% con tendencia a decaer. No es algo que se pueda frenar con la infraestructura física o la devaluación masiva para bajar el salario real. Quiérase o no, el país está abocado a la adopción de un nuevo modelo de prioridades sectoriales, regulación macroeconómica, intervención cambiaria, limitación de la inversión extranjera y desbalance fiscal.

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