No es el odio, estúpido; es la educación y la estadística

El odio es una tara heredada cuyo remedio sería la ingeniería genética, si existiera y se detectara el gen que nos hace infelices, por lo que no es una cosa de ‘deponer’ voluntariamente cuando desconocemos lo que se llama la educación de la voluntad. Mientras ese conocimiento nos llega, lo mejor es prepararnos con el pensamiento crítico y la estadística para tomar decisiones y desarrollar actitudes basadas en la razón y el conocimiento.

La frase de James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton en las elecciones de 1992, ‘Es la economía, estúpido’, se ha instalado en la cultura política actual como algo que señala lo esencial. Con ella quiero referirme a la ‘Marcha por la vida’ que otros llaman por la paz, liderada por el profesor Mockus y ‘su llamado a dejar los odios’ que fue escuchado por miles de personas. A uno de los expertos consultados antes de la marcha se le preguntó si la marcha cambiaría algo y dijo que no sin explicar por qué.Algunos lo llamarán pesimista, saboteador o enemigo. Por ello, antes de unirme al coro justiciero y pacifista, consulté “Comportamiento del homicidio en Colombia, 2013 2” en la revista Forensis 2013 del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.

Los que nos quieren hacer ver, ‘la violencia permanente, el baño de sangre’, al decir de Santos, como resultado del conflicto interno, son desmentidos por las estadísticas, lo cual sería una comprobación estimulante. Sin embargo, cuando se maneja una ‘aberración estadística’ en sentido político, estamos en serios problemas. En ciertos departamentos y municipios se registran 416 casos de homicidios masculinos por cada 100,000 habitantes; muy por encima de la media nacional (30 homicidios por cada 100.000). Entonces Sergio Jaramillo empieza a hablar de paz territorial; y al ver de manera normal que el 90% de los homicidios es contra los hombres, y que el feminicidio que representaría el 10% es lo que se expone como anormal y escandaloso, se me ocurre que algo le estamos distorsionando a nuestro sentido de ‘humanidad’ que cobija a los dos géneros, pues lo anormal es matar, a grandes o chicos, con cualquier arma, por cualquier motivo, en territorios o ciudades. Frente a esa interpretación, la realidad es que desde el 2004 la tendencia en la tasa de homicidios viene bajando, con la excepción del 2009.

En ese escenario la escolaridad es determinante. De las víctimas masculinas el 46.21% logró algún nivel de primaria y el 44.92% en secundaria. El porcentaje remanente de víctimas se distribuye entre profesionales, técnicos y especialistas. En cuanto a estado civil, el mayor riesgo es para las personas solteras y en unión libre. Por el contrario las categorías de casado, separado, divorciado, viudo disminuyen ostensiblemente en la tendencia. ¿Qué conclusión sacaría usted? Yo digo que la familia al igual que la educación superior son probabilísticamente importantes en la disminución de la violencia y la preservación de la vida.

Si miramos el factor de vulnerabilidad de las víctimas tenemos: 18.68% son campesinos, 14.08% adictos o consumidores de droga, indígenas 7.03%, grupos étnicos 4.77%, desplazados 3.31%, profesiones u oficios de alto riesgo 1.98%, reclusos 1.76%, LGBTI 1.72%, desmovilizados y reinsertados 1.67%, políticos y cargos de elección popular 1.33%, trabajo sexual 0.86%, líderes de la comunidad o agremiaciones 0.77%, otros factores no especificados 41.36%. El significado obvio es que campesinos y adictos son los más vulnerables al ser una población sin voz ni poder social para hacerse sentir.

Ahora bien, como ejercicio de comprensión para valorar el impacto de la estadística en la verdad rutinaria que manejamos ¿Qué sucedería si, hipotetica y estratégicamente, cambiáramos porcentajes y la suma de adictos y campesinos, el 32.75% se le asignara a políticos como grupo vulnerable? Ya se habría resuelto el problema de la inseguridad y sus apoyos colaterales, o estaríamos viviendo en un régimen totalitario. Como no estamos en esa coyuntura, eso explica por qué las conversaciones de paz son tan dispendiosas: ¡Porque los negociadores no están en el grupo vulnerable, no están en peligro, y se pueden tomar todo el tiempo del mundo!!!! ¿Qué pasaría si los negociadores tuvieran la vivencia de peligro de los adictos y campesinos? Seguramente habrían encontrado un camino expedito para evitar el sufrimiento.

En ese escenario ¿Qué significado tiene la sagrada defensa de la vida que propone Mockus si, cuando muere alguien de la élite del 1.33% se arma la revolución universal, como fue el origen de la Primera Guerra Mundial con la el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, o el de Gaitán en Colombia, pero cuando un pobre campesino es descuartizado, nada ocurre? Significa que la vida es sagrada de acuerdo con el estrato, según nos lo revelan las estadísticas.

Miremos ahora el comportamiento hipotético del postconflicto en términos de homicidios. Actualmente el 68.08% de los agresores es desconocido; el 7.55%, conocido. El 5.88% corresponde a fuerzas armadas, de policía, policía judicial y servicios de inteligencia (muchos en el cumplimiento de su deber); alzados al margen de la ley 4.67%; delincuencia organizada 3.93%, delincuencia común 3.72%, pareja o expareja 2.30%, familiar 2.25%, amigo 1.39%, miembros de seguridad privada 0.07%, otros 0.16%. Supongamos que parte del 68.08% desconocido sea, por lógica, conformado por personas que actúan al margen de la ley, dentro de los grupos de seguridad, alzados y delincuencia sin ser detectados; sumarían 14.5% que podrían reducirse en razón de la ‘pacificación’ de su campo de actividad y que restaríamos del 68.8% de origen desconocido; pero habría un 9.89% civil que se mantendría constante.

Así las cosas, estamos armando un proceso de paz para solucionar el 4.67% de la violencia, con un alto impacto mediático, sin haber pensado en el resto que se soluciona con un fortalecimiento del aparato judicial, de inteligencia, policía, educación, estrategias de impacto social positivo, etc. Pero… ¿Qué pasa si le agregamos a ese reto de solución del postconflicto el otro impacto de impunidad del 4.67%, publicitado al 100%? Significaría que para solucionar lo poquito, mediante la gran bocaza de las Farc, complicaríamos lo grande que permanecería mudo, incluidos la sociedad y el gobierno.Además, nos damos cuenta que si los homicidios permanecen impunes en un 70% no hay tal derecho a la rebelión como pregonan las Farc, sino el aprovechamiento de una tendencia que se mantendría si no cambian las variables fundamentales. Y sigamos para ir entendiendo mejor la manipulación mediática de los diálogos.

Santos anunció con bombos y platillos un HECHO: Queremos parar un baño de sangre de 50 años. Al decirlo en el contexto de una negociación política, obviamente las Farc cayeron en el ojo del huracán. Pero veamos el tal ‘hecho’ de Santos confrontado con la realidad estadística en el 2015.

La violencia interpersonal (ajuste de cuentas, riñas, embriaguez) da cuenta del 48.28% de los homicidios; la sociopolítica (acciones guerrilleras, acción militar, enfrentamientos armados, intervención legal, agresión contra grupos marginales o descalificados, artefactos explosivos, retención ilegal) , cubre el 18.25%; la violencia económica (atraco callejero, robo a residencias, robo de vehículos, hurto, robo de bancos y comercio) da cuenta del 10.56; otras clases de violencia suman 16.83%; la intrafamiliar (violencia de pareja, entre familiares, contra niños, adolescentes, adultos mayores) suma 5.82%. La sexual da cuenta del 0.26%. Entonces si las diferentes ‘violencias’ suman el 81.75% y la sociopolítica o de las Farc/ELN suma el 18.25%, vemos que la verdadera guerra es entre nosotros los civiles. ¿Qué tratado vamos a firmar? ¿Cómo vamos a manejar ese postconflicto civil que ocurre en la vía pública en un 46%, mediante arma de fuego en un 76%, y mayoritariamente en actividades lúdicas con un 33%? ¿Qué nos dicen Santos y el General Naranjo sobre este ‘problemita’?

Tenemos entonces que los grandes retos son: 1. Solucionar ese 68.08% de homicidios con autor desconocido, es decir, la impunidad actual, que permanecería, con alguna disminución, como núcleo de generación de otra clase de violencia civil emparentada con el crimen no político. 2. Comprender la importancia de la escolaridad y luchar contra la deserción escolar. 3. Hablar con la verdad sobre los distintos tipos de violencia que no van a desaparecer con la firma de un tratado, como lo vemos en El Salvador, Suráfrica y otros escenarios.

Decíamos en el título que parte de la solución es la educación y la regulación del pensamiento crítico mediante las estadísticas para desterrar la mitología política de nuestro escenario de debate y reflexión. ¿Qué clase de educación sería la del postconflicto? Además de la académica, una que dignifique a las víctimas, no como lo propone Sergio Jaramillo, desde la política, con una verdad manipulada; sino con un entrenamiento que nos enseñe a controlar el cerebro y manejar las emociones para afrontar los problemas. ¿Cómo?

Definiendo cuál es la felicidad que queremos mediante el control de sus mecanismos síquicos. Eso implicaría el que seamos dueños de nuestra voluntad, comprobándolo con actos eficaces, productivos y sostenidos en favor nuestro, de la familia y la comunidad. No dejándonos impresionar ni manipular por las ideas o situaciones perturbadoras sobre el conflicto; es decir, cultivando la valentía, dominando la ira, superando el temor y la tristeza, sabiendo que podemos ser felices, mediante la adopción de un ideal basado en el amor, lo útil, lo democrático, el respeto, la libertad.

Hemos llegado a un punto en el que la ciencia nos lo ha revelado casi todo… pudiendo lograr lo que nos proponemos, dominando con nuestra voluntad las leyes de la naturaleza. Pero… ¿Sabemos vivir y comportarnos? ¿Sabemos lo que implica querer algo para comprometernos a vivir como seres adultos y libres en la realización de nosotros mismos que es lo que en realidad nos lleva a la lucidez y la paz? Esa es la pregunta para el postconflicto, por lo que si me pidieran que lo resumiera todo yo diría que deberíamos trabajar en la Realización del Hombre Verdadero para el Postconflicto, porque podemos decir cosas nuevas (De eso se encargan los publicistas), pero… ¿Son verdaderas? Desde luego que Santos ni las Farc saben de eso.

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