¿Cómo creer?

De nada sirve que el gobierno y la guerrilla sigan en la mesa si al final los colombianos no se ven reflejados en la paz habanera.

No debería sorprendernos nada de lo que hacen las FARC. Siempre ha sido así durante los últimos 50 años. Muerte, minas, abuso de confianza, cinismo, más muerte. Lo digo en serio: con tantas muestras históricas de desprecio por la vida, no debería causarnos un milímetro de asombro esto que ha ocurrido en Ituango y aquel otro triste episodio que sucedió en el Cauca con menos de tres días de diferencia. Incluso el dolor y la rabia son los mismos de siempre. Aquí nada ha cambiado a pesar de estos últimos años de nuevas conversaciones.

Por eso si de las FARC nada bueno podemos esperar, deberíamos al menos poder confiar en la otra parte de la mesa; la que en principio nos representa a los demás. La que está encabezada por gente capaz, no hay duda, pero que como consecuencia de las dubitaciones y los vacíos de comunicación no han logrado convencernos de que aún con un enemigo tan cruel como las FARC, vale la pena intentar una salida negociada para la terminación del conflicto. Y ahí está nuestra tragedia.

¿Cómo creer?, es la pregunta frente a la cual el gobierno no nos da todavía una buena respuesta. Cómo creer en este proceso cuando la necesaria dosis de firmeza en la negociación ha sido reemplazada sin más por una generosidad, en muchos momentos innecesaria. Cómo creer cuando el presidente Santos califica con total culiprontismo la liberación de un General de la República como un ‘gesto de paz’ si debería ser apenas una condición para seguir adelante con la mesa de la Habana. Cómo creer cuando el mismo Santos trata mejor a Timochenko que al procurador Ordóñez que, con todo y lo mal que a muchos caiga, al fin y al cabo está haciendo sus críticas sin disparar un tiro.

Cómo creer cuando los dos negociadores que supuestamente eran prenda de garantía del respeto por la Policía y las Fuerzas Armadas, hoy están más atornillados a la mesa de diálogos por razones personales que por una convicción firme en lo que se está acordando. Algunas personas sostienen, por ejemplo, que a Mora le preocupa más limpiar sus expedientes judiciales con la firma de un papel que diga ‘paz’ y que a Naranjo lo que le compromete con el proceso es una eventual candidatura presidencial. Si esa fe en los generales se ha perdido, como en efecto uno percibe en las conversaciones del día a día, el panorama se complica y la pérdida de credibilidad se erige como el problema más grave de todo lo que nos está pasando.

Cómo creer, es definitivamente la pregunta, cuando la impresión que queda entre la gente es que el gobierno se ha vuelto rehén de las FARC; que quiere hablar duro pero no tanto para no espantar a la contraparte que tiene hoy el sartén por el mango.

La construcción de confianza y credibilidad nunca fue la prioridad y llegados a este punto de fragilidad en los diálogos, de nada sirve que el gobierno y la guerrilla sigan en la mesa si al final los colombianos nunca han estado sentados en ella y no se ven reflejados en la paz habanera.

Tal vez algunos dirán con razón que es demasiado tarde para creer pero si el presidente Santos ha decidido replantear el rumbo, dar golpes en la mesa en nombre de la dignidad del pueblo colombiano y trazar una ruta realista con plazos ciertos, podría haber una última esperanza. De Santos y sólo de Santos depende que no se apague esa tenue vela que aún permanece encendida en torno al proceso de paz. A las FARC hace rato les dejamos de creer. ¿Podrá este gobierno devolvernos la fe en él?

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