¿Con motosierra o con soplete?

Muchas veces nos escandalizamos por los horrendos crímenes que se cometen en diferentes partes del mundo, pero es que lamentablemente nuestro País ya superó por cuenta de los grupos al margen de la Ley: guerrilleros, paramilitares o delincuencia organizada, los más horrendos crímenes de lesa humanidad, muchos de ellos en contubernio con agentes del Estado.

Hablar de paz es bastante hermoso, y quizás sea el más bello poema dedicado a la vida, pero, en el fondo de la conciencia Colombiana, especialmente de las áreas rurales, hay heridas sangrantes, que no cicatrizan con un discurso, ni con un mercado para paliar unos días.

Son millones los Compatriotas que están sedientos de justicia: los desplazados de sus predios rurales con previa masacres ejecutadas por grupos guerrilleros y paramilitares, para lograr su objetivo, los millones de huérfanos que estando aún niños vieron asesinar a sus padres; y a sus madres y hermanas violadas en su presencia.

Son tantos y tantos los crímenes tan horrendos que guerrilleros y paramilitares han cometido especialmente contra la población campesina, que el solo relatar uno de ellos, nos llena de escaramuza y a la vez de indignación, al ver que estos crímenes atroces y de lesa humanidad, aún no tienen dolientes en el Estado de Derecho y sus autores empiezan a abandonar las cárceles por penas cumplidas y colaboración con la Justicia.

La siguiente es la triste y cruel historia de los paramilitares que en contubernio con la guerrilla desde hace varias décadas, han robado el progreso y la tranquilidad de la Colombia Rural y de sus moradores. No podemos concebir un Acuerdo de Paz, por encima de tantas masacres todas, tan horrendas que laceran el alma de los mas rudos combatientes de nuestras Fuerzas Armadas que han llevado buena parte de toda esta ignominia Nacional.

Son crímenes de lesa humanidad, pero muchos de ellos, ni siquiera han sido investigados preliminarmente por las autoridades y las familias víctimas, llenas de dolor y frustración abandonaron sus parcelas, en calidad de desplazados deambulan por las áreas urbanas fortaleciendo los cinturones de miseria, con el dolor de haber presenciado la muerte cruel y despiadada de uno o varios de sus seres queridos a manos de verdaderas bestias humanas que camuflados en ser los redentores de la nueva Colombia los hostigaron hasta la saciedad.

Uno de los episodios más dolorosos fue la guerra de Puerto Alvira, -también conocido como: caño jabón, ubicado a ochenta kilómetros del municipio de Mapiripán – Meta-, es el relato de uno de los testigos presenciales de los hechos, que para evitar ser asesinado estuvo durante tres días escondido en un matorral: un día en las horas de la tarde la tranquilidad del pueblo se vio interrumpida por un grupo de facinerosos, que una vez en el casco urbano procedieron a taponarlo para evitar que las familias se fugaran, puesto que según ellos: tenían que pagar con su muerte al osadía de pertenecer a grupos insurgentes, fue así como con lista en mano empezaron a llamar por megáfono a hombres y mujeres, todos humildes campesinos, que el único delito era el de ser erradicadores de coca, raspachines o cuando más cultivadores de hoja de coca y procesadores de pasta en menor escala, esto lo hacían ante el abandono del Estado, puesto que los cultivos lícitos no tenían ninguna posibilidad de comercialización.

Los asesinos lograron reunir en la plaza de Puerto Alvira a treinta y dos personas entre hombres y mujeres, después de mofarse por largo rato de ellos, preguntándoles donde tenían las caletas del dinero producto de sus actividades de coca; al no poder conseguir lo que querían, les dieron a escoger cómo querían morir: si descuartizados por la motosierra, o incinerados de adentro hacia afuera, con soplete.

El soplete: es el tanque que usan los campesino en la espalda para fumigar los cultivos ilícitos, los cuales fueron llenados por los asesinos con: thinner o gasolina, La manguera de salida la introducían a la boca de sus víctimas como una sonda hasta el estómago, de esta manera les hacían tomar el combustible, luego les retiraban la manguera y a la última pregunta: donde estaba el dinero … sino hablaban o se demoraban en responder, acercaban una antorcha a la boca de las víctimas y les prendían candela de adentro hacia fuera.

Después de cometida semejante masacre, los bandidos además de asesinos, resultaron ser vulgares ladrones, fueron a las casas de sus víctimas y las saquearon, todo parece indicar, que estaban detrás de un botín de dólares que se encontraba repartido en las diferentes viviendas para el pago de pequeños comercializadores de hoja de coca, según informes cada una de las víctimas asesinadas tenía en promedio sesenta millones de pesos producto de su trabajo de varios años.

Cinco horas después de esta masacre el pueblo se reunió en la plaza, a llorar ante los cuerpos calcinados de sus seres queridos y a darle gracias a Dios por haberles permitido estar con vida, a la llegada de tres aviones de la Cruz Roja Internacional al sitio de la tragedia, todo el mundo se abalanzó sobre ellos, para ingresar a su interior y lograr un puesto a como diera lugar para abandonar el sitio de la desgracia.

Cuantas masacres mas tendrán que registrarse en nuestro País, para entender que un proceso de Paz, no es posible, si no se cuenta con las víctimas de cada una de ellas, para que una vez reparadas e indemnizadas, reciban asistencia psicológica con el fin de permitirles que durante el resto de su vida, miren hacia el futuro, y no hacia el horizonte de un pasado tenebroso, que les ha dejado heridas en el cuerpo y en el alma.

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