Las fronteras del olvido

El territorio es una pieza fundamental de todo Estado que se digne a llamarse como tal. Es la parte física que le corporiza con una forma específica, que le delimita con claridad respecto de sus vecinos y le permite adquirir a las personas que lo habitan una identidad común por formar parte de un grupo de cultura afín sobre la que se erigirá una nación. Desde tiempos remotos, para todos los imperios que se han encendido y apagado en la historia, el apego a la tierra ha sido un tema que va más allá de los recursos y el poder, cuestión de un órgano vivo con el que se percibe, como la piel misma.

Y es por ello que en la actualidad existen decenas de pueblos que vagan por el planeta o luchan sin cuartel reclamando algún kilómetro de superficie baldío dónde echar raíces para construir un órgano político que sea reconocido por la comunidad internacional. Desde los kurdos hasta los recientes eventos entre Rusia y Ucrania por Crimea, el mapa, distinto de la bandera o los héroes nacionales, es lo único que un Estado no se puede inventar.

En esta materia, Colombia ha seguido juiciosamente una política centenaria de cero interés con sus linderos y es por ello que hoy nuestra cartografía es muy diferente a la que teníamos 200 años atrás cuando nuestro joven país decidió apostarle al experimento de la independencia. La pérdida voluntaria y negociada de Panamá quizá sea el más emblemático de los recuerdos dolorosos, por no hablar del contemporáneo fallo de La Haya que tras una endeble defensa nos dejó sin aire y tras el cual aún no hemos logrado aclarar qué es tuyo y qué es mío con Nicaragua.

Ahora viene un nuevo viejo reto, el Golfo de Coquivacoa, esa porción de agua colindante con La Guajira que hasta hace poco a nadie le interesaba y que de acuerdo con las reglas del derecho internacional nos corresponde, pero que en la práctica es más venezolana que el petróleo porque ninguna de nuestras flotillas puede acercársele sin provocar un incidente transnacional con los buques de la naval venezolana. Pues bien, Maduro acaba de firmar un decreto con el cual planea levantar allí una zona de defensa marítima, campamento de barcazas con el cual podemos dar por perdido otro pedazo más de mar para serle fiel a nuestra tradición de fracasos limítrofes.

¿Qué hará Colombia? Obviamente lo mejor que sabe hacer: nada. Porque en nuestra línea política actual es importante tener a todo el planeta contento para que se suban al tren de la paz y por ello entablar una queja formal o un plan de ruta de negociación con Venezuela (quien tiene el control real del Golfo) para dilucidar la respuesta a este entuerto no está en la agenda. Además, ya que ninguna excursión adolescente tiene como destino Coquivacoa, suerte que sí tiene San Andrés, nadie llorará su pérdida y estará a condenada a ser otra de nuestras fronteras del olvido.

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