‘Lejos de Dios, del diablo y del Estado’

El oro ilegal no paga regalías, pero paga vacunas a un buen grupo de hombres armados, legales e ilegales, y por eso subsiste ese negocio maldito.

Ver una mina de oro abandonada en el Chocó es como ver un planeta abandonado donde alguna vez hubo vida. La imagen es apocalíptica. El agua de los ríos alrededor parece radioactiva, como si fueran ríos de un lugar diferente a la Tierra, que es (todavía lo es) el planeta del agua. De pronto, en medio de la selva húmeda tropical, de ese paraíso de la biodiversidad, uno se topa con un pocotón de hierros pesados pudriéndose junto a un río de color verde peligro.

Alrededor, nada vivo, ni mosquitos, solo hierro y aridez. Trozos de retroexcavadoras que fueron dinamitados por las fuerzas del orden, en su empeño por tratar de detener la minería ilegal. Debo decir que es un intento torpe y mal coordinado, que ni siquiera sabe de qué tamaño es el problema.

Nunca voy a entender por qué dinamitan esa maquinaria pesada tan costosa, por qué no la usan en beneficio del municipio donde la encuentran. Me dicen que solo hay plata para explotarla: ¡Bum cataplum! y punto, que eso es más barato que tratar de llevarla a otro lugar a que arregle caminos o construya carreteras, porque la cama baja cuesta plata, y el mantenimiento y el operario y bla-bla-bla. En fin. Soluciones propias de países pobres, subdesarrollados, plenos de corrupción, en donde parece que la inteligencia o el sentido común escasea. Entonces toca suspirar hondo y lanzar un “qué le vamos a hacer, esto es Colombia”.

Al enorme sistema que sostiene la corrupción le conviene más la ilegalidad. No importa que a veces corran con mala suerte y les dinamiten una mina. Siempre habrá más porque es Chocó y nadie cuida del Chocó porque, como me dijo un ilegal, “está lejos de Dios, del diablo y del Estado”. Es difícil que exista un Estado cuando se mueve tanta plata de la ilegalidad por todas partes. Oro, platino, coca, maderas finas y quién sabe qué más, a lo mejor tráfico de especies y armas. Tanta riqueza atrae a lo peor de la sociedad. Frentes de todos los grupos guerrilleros, oficinas de sicarios, bandas criminales, buscafortunas de todas partes del mundo y la corrupción de algunos políticos y algunos miembros de la Fuerza Pública.

En una entrevista con León Teicher, presidente de Continental Gold, publicada este lunes en el diario El Espectador, él dice que en el año 2014 Colombia exportó más de 66 toneladas de oro (yo creo que son muchas más), “de las cuales nueve son oficiales, legales; el resto es ilegal”.

En este caso (creo que en todos) la palabra “ilegal” es el principio y fin de todos los problemas. Una mina ilegal devasta paraísos de biodiversidad sin ninguna consideración ni ley, arroja mercurio y cianuro a los ríos y no paga regalías por el oro que extrae. ¿Cómo se mueve el oro ilegal en el Chocó? Por todas partes. A la vista de alcaldes, oficiales y suboficiales de Ejército y Policía. El oro ilegal no paga regalías, pero paga vacunas a un buen grupo de hombres armados, legales e ilegales, y por eso subsiste ese negocio maldito.

En el Chocó hay una muchedumbre de personas de todas partes del país y de otras partes del mundo, que están en el negocio de las minas ilegales. Por supuesto, hay enfrentamientos porque estamos hablando de mafias. Y muertos. Todo eso pasa en el Chocó, sin que nadie parezca notarlo en esta capital de políticos en campaña. A muchos les conviene que no haya Estado social de derecho ni legalidad en el Chocó. Para continuar el saqueo de filibusteros.

Mientras eso pasa por allá, en las oficinas del Gobierno (de este y de todos los anteriores) se mofan de la riqueza biodiversa, de tantas etnias indígenas, de la enorme comunidad afrocolombiana que habita en el Chocó. Como para hacer un almanaque con buenas fotos, ¿cierto?

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