Al Gobierno no le creen

Más grave que la baja popularidad del Gobierno, que puede ser transitoria, es su baja credibilidad.

Mientras escribo esta columna, no hay sobre la mesa elementos de juicio sólidos para afirmar que el helicóptero de la Policía que transportaba a 18 uniformados –tristemente, 16 de ellos murieron– y que cayó el martes en Urabá haya sido derribado por las Farc o por otro grupo criminal. Aun así, la versión oficial que habla de un accidente es rechazada, según sondeos en redes sociales y programas radiales, por dos de cada tres personas. En una encuesta del diario tolimense El Nuevo Día, la cifra de incrédulos se elevó al 73 %.

La tragedia se suma a la de un avión de la FAC que se estrelló en el Cesar hace una semana, con el lamentable saldo de 11 militares muertos, sin que haya indicios de un ataque insurgente. En ambos casos, al Gobierno le han salido hernias en el esfuerzo por convencer al país de que esos siniestros fueron fortuitos y no provocados.

El ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, sonó cándido el martes al reclamar: “Hago un llamado enérgico a que se tenga por información real la información oficial”. Que el titular de esa cartera tenga que rogarle al país que le crea al Gobierno es un síntoma muy delicado. Ahora que en la Casa de Nariño andan tan preocupados por la caída en la imagen favorable del Presidente (por debajo del 30 % en algunas encuestas), deberían inquietarse por algo muchísimo más grave: la pérdida de credibilidad.

El problema arrancó en el 2010, cuando Santos tomó distancia de su predecesor y promotor, Álvaro Uribe. El Presidente tenía que cortar ese cordón umbilical para construir su propio liderazgo. Pero por el camino dejó entre muchos la sensación de que los había engañado al presentarse en campaña como seguidor de Uribe y luego cambiar de línea una vez instalado en la Casa de Nariño. Pero esa circunstancia, por sí sola, no explica la baja credibilidad: la historia de la política está llena de protegidos que rompieron con sus protectores sin que les saliera costoso.

Más ha dañado la credibilidad esa manía del Gobierno de sacar conclusiones apresuradas sobre hechos graves. En el 2012, cuando el exministro uribista Fernando Londoño fue víctima de un horrendo atentado horas antes de que el Congreso votara el Marco Jurídico para el proceso con las Farc, el Presidente corrió a culpar a la “extrema derecha” sin tener pruebas para semejante teoría. Tiempo después quedó en claro que habían sido las Farc.

Con ese antecedente –que no es el único– le queda difícil al Gobierno salir a culpar a la oposición uribista por especular que el helicóptero de la Policía fue derribado. A eso se agrega que, en la premura por desmentir un ataque de las Farc que comprometería la mesa de La Habana, el Gobierno se contradijo. Al principio, la Policía aseguró que la nave se había estrellado por una falla mecánica. Luego, el ministro Villegas aseguró que la causa más probable era la alta nubosidad. Rechazar las especulaciones del uribismo –que son frecuentes– con especulaciones del Gobierno no fue serio ni prudente: correspondía esperar el resultado de las investigaciones.

La credibilidad de Villegas anda mal desde que llamó “retención indebida” el secuestro de un soldado por parte de las Farc. A diferencia de su antecesor, Juan Carlos Pinzón, que nunca tuvo pelos en la lengua, Villegas llegó para edulcorar el lenguaje de esa cartera con las Farc, y ofrece con ello un espectáculo ridículo.

La imagen favorable de un líder puede subir o bajar por coyunturas varias. En el pasado, Santos ha visto sus índices caer y recuperarse, y no hay que descartar que más adelante salga del hueco actual. Perder la credibilidad es muchísimo más complicado, porque no es fácil recuperarla. Una cosa es que un alto porcentaje de la opinión crea que el Gobierno no lo hace bien, y otra muy distinta que piense que oculta o miente.

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