Apocalipsis Venezuela

Se ha hablado tantas veces del apocalipsis que ahora, cuando se anuncia una vez más, pocos realmente lo creen. Sin embargo, ahí está Venezuela destrozándose, sangrando, matándose a sí misma mientras respira sus últimos tanques de oxígeno y los políticos la acuchillan. Quizá no sea el fin, aunque se coquetee con él de forma tan azarosa, y entonces resulta peor imaginar que el desastre es ya cotidiano y que el infierno que viven nuestros vecinos es justamente infierno porque no acaba.

Aún en los años del presidente Hugo Chávez, cuando el precio del petróleo rondaba las nubes, se hicieron pronósticos fatalistas sobre el modelo. Pero este siguió y arrastró a su paso los errores que no corregía por la soberbia y sustentaba su radicalización en los desastres pasados, en los robos antiguos y en la corrupción de siempre. No se sostiene. Chávez no se sostiene. Decían –decíamos- todos. Y entonces murió y se profetizó la imposibilidad de un chavismo sin Chávez. Pero el barco sigue mal navegando con un capitán incapaz que acelera con el precipicio como norte. Preferibles todos muertos que todos vivos pero con otro timonel.

Nadie puede siquiera insinuar que las cosas no marchan porque queda maldito para la revolución. Hay miedo. Adentro y afuera. Entre los ricos y entre los pobres. Entre los militares y los civiles. De los individuos y de las instituciones. Y se miran todos en la desgracia y parece que no hay nada para hacer, mientras el agua ya hace mucho pasó los hombros y aceleradamente inunda el cuello.

Desde la barrera de las fronteras América observa despavorida, pero tampoco actúa. Teme igual como temen los otros. Teme los gritos altisonantes. Las repercusiones políticas, los apretones económicos. La política es así y la economía ni qué decir. Así son ambas, estúpidos. No exijamos utopías. Es una realidad cortante. Podrida.

La rabia y el odio están en ebullición y esporádicamente vemos las explosiones de las burbujas. Es entonces cuando se leen los titulares, los análisis, los vaticinios del fin que nunca se cumplen. El desastre siempre es culpa del imperio, de Colombia, de la vieja Nueva Granada, de los traidores, de los santanderistas conspirando de nuevo para asesinar a los bolivarianos, del paramilitarismo infiltrado. Nunca, jamás, por la incapacidad propia que no emite ningún reflejo en el espejo. Es el apocalipsis Venezuela que no termina.

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