La frontera no existe

El 21 de agosto de 2015, durante un foro empresarial internacional que se llevaba a cabo en Cúcuta, una de las invitadas pronunció en medio de su intervención una frase que silenció al auditorio: “Hubo un tiempo en que la frontera no era porosa, era invisible”.

Apenas 24 horas antes, el Gobierno venezolano había cerrado el paso fronterizo sin previo aviso y nadie, aun quienes vivimos aquí, imaginó el giro que iba a dar la situación en menos una semana.

El asunto es así: Cuando usted está en Cúcuta, al transitar por ciertos lugares, es posible que se active automáticamente el modo roaming del celular. Hace unos años, una importante empresa de telefonía móvil cobraba las tarifas internacionales sin que el usuario abandonara el país, y dicha empresa no recibía reclamos. Así de invisible e inexistente es la frontera. (Si usted nota que hace unas horas no suena el celular puede que, al revisar, aparezca la opción de activar el roaming).

Imagine ahora que su casa está dividida en dos por una línea imaginaria y esa línea está ubicada de forma tal que en un lado queda la entrada y la cocina y al otro lado la habitación y el baño. Desde que el régimen venezolano descubrió el uso que se podía dar a la frontera como instrumento político, y desde que el Gobierno colombiano le siguió el juego, nos fregamos. Quieren implantarnos una idea de división, que está muy bien definida en lo legal y lo comercial, pero no existe en lo físico, en lo cotidiano. Aquí no sabemos del despliegue de los medios, la vehemencia de los políticos (de ambos lados) y las sátiras de quienes nunca han visitado esta zona del país. Lo que entendemos es que en este inmenso valle, los ojos no perciben línea alguna que divida o impida pensar al que está “allá” que puede venir para “acá”, y al que está “acá” que puede ir para “allá”, así como en su casa usted puede entrar a la habitación y después a la cocina o al revés.

Vivimos en una zona con una dinámica propia cuyas externalidades generan toda clase de ecosistemas y simbiosis. Reducir estos fenómenos atípicos a una lista de las cosas que sabemos no son favorables es la vía fácil; somos una ciudad que cambia a un ritmo vertiginoso, a veces de un día para otro. Es aterrador y fascinante. Nos quieren vender una idea llamada “frontera”. Las ideas son buenas o malas de acuerdo con los resultados de su ejecución; el régimen de Venezuela la ha ejecutado de forma fallida y, si el Gobierno colombiano sigue esa línea, le apuesta a ese fracaso. Lo increíble sería que nosotros, cucuteños, aceptáramos el lastre de ser solo una zona problemática. De los problemas surgen las oportunidades y en esas listas de lo malo están una gran cantidad de oportunidades.

Este nuevo episodio de la crisis con Venezuela demuestra una vez más que la idea de frontera es un punto de atracción de situaciones que no se presentan en otras latitudes, con sus respectivas consecuencias, y evidencia la importancia de este punto en la estabilidad política y económica de los dos países, tanto que —otra vez y sin querer— Cúcuta es el lugar donde se decide el futuro próximo de la gobernabilidad de Colombia y Venezuela, como en 1821, cuando se firmó la Constitución de La Gran Colombia, donde se unificaba a Colombia y Venezuela.

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