La sonrisa política de la gioconda y el proceso

"En ti observé lo que tienen de enigmático los tiranos, cuya razón se basa en su persona, no en su pensamiento. Al menos, así me lo parecía." (Carta al padre, 1919) Franz Kafka.

“Todos los hechos políticos son ficciones que terminan legitimándose.”

Luis Fernando Velasco, Presidente del Senado Colombiano. Entrevista con María Isabel Rueda “¿Descartados los dos Congresos?” El Tiempo 08.24.15

La sonrisa del famoso cuadro de Da Vinci ha cautivado al antojársele, a diferentes puntos de percepción de los expertos, la ilusión óptica del movimiento de una sonrisa que desaparece cuando se pretende ‘capturarla’ en el deseo del observador; ambigüedad que nos interroga desde hace siglos. Es ‘política’ mi interpretación colombiana porque la comparo con otro famoso ‘proceso,’ no el de Santos, sino el de Kafka, que es más o menos parecidito. La diferencia entre la ficción de Kafka y la de Santos, avalada por Velasco, es que esta última puede envainarnos histórica y legalmente.

Digamos que Juan Pueblo, como nos gusta que nos llamen, sin hacer nada malo, una mañana despierta y unos señores le dicen que su futuro está siendo procesado en el extranjero. Desde ese momento JP es sujeto de un asfixiante y engañoso proceso de desinformación que poco a poco se apodera de su mente, sentimientos, su fe; sabe que su futuro se discute en una bodeguita, en un catamarán, en medio de cigarros encendidos con dólares; ve cómo sus amigos son perseguidos por tribunales decadentes comprados por una mano misteriosa; se presentan ‘consejeros’ internacionales que dicen querer ayudarlo, pero son tan impotentes, como él, frente a las diferentes instancias del engaño mediático o judicial. Todos son parte del ‘proceso;’ y lo más desesperante para JP es que no sabe quién lo está procesando. Descubre que quien en realidad trata de inculparlo es una especie de tribunal alternativo, secreto, muy complejo, con una línea de poder con ramificaciones internacionales que él no puede visualizar, por lo que no puede defenderse, ya que no puede enfrentar cara a cara al verdadero ‘juez’ que lo llama a compromisos en los que cede la dignidad, por medio de un presidente que sonríe como la Gioconda y fabricantes de ficciones para un ‘stand up comedy’. Esos ‘compromisos’ le llegan por diferentes mensajeros con nombres distintos que le dan ‘actualizaciones’ amañadas o contradictorias sobre los desarrollos de su ‘proceso.’ En la fementida actuación judicial el pobre JP aunque tiene abogado que se llama el ‘Defensor del Pueblo’, éste le explica las pocas posibilidades que tienen los defensores y los procesados de intervenir frente al poder judicial secreto aliado, sometido, asustado o chantajeado por los enemigos del pueblo. Frente a ese poder externo cualquiera que haya sido condenado por el tribunal alternativo secreto tiene cero posibilidades de ser absuelto, aun si es inocente, pues se le aplica la simpleza de la arrogancia de lo que dice la ley olvidándose de la justicia y la verdadera equidad. Finalmente al pobre JP lo convencen de una culpa desconocida y acepta el veredicto de sus verdugos.

¿Si La Gioconda contemplara la parodia kafkiana del proceso colombiano por qué sonreiría? Porque ella representa el ‘ego’ manejado con una técnica de esfumado que te hace ver lo que tú quieres ver: movimiento que puede ser sonrisa que desaparece según tu punto de observación y distancia. Hoy, la valla publicitaria de un bello rostro, al nivel de un paradero de bus, ‘te sigue’ a medida que la miras. Así, el deseo político de la paz pretende inducir al ingenuo observador, que desconoce los trucos de los efectos especiales, a hacerle ver la separación entre los partidos, como unión; la culpabilidad de los farianos, como inocencia; el miedo natural hacia el enemigo, como un inconfesable deber de amar sin el arrepentimiento del victimario que haga merecedor ese perdón; los resentimientos y deseos de venganza, mágicamente sustituidos por amor y paz; los ‘errores’ altruistas, por perfección revolucionaria; el innegable pasado doloroso causado al pueblo, por un presente feliz y eterno; la enfermedad psíquica causada por el sufrimiento de muchos, por la dicha de la curación social. Es decir, se pretende remplazar la oscuridad por la luz cambiándola en dosis sutiles como lo hacían los pintores renacentistas con la técnica del esfumado, o los magos de Hollywood con la tecnología subliminal. De esa manera la sonrisa ‘política’ de La Gioconda juega con la realidad, la ficción y el deseo del milagro, produciendo la admiración, la confusión o la indignación frente a la película habanera.

Ahora bien, según la psicología occidental el ego es la instancia psíquica a través de la cual nos reconocemos como YO, es decir, nuestra propia identidad, tomando como referencia los fenómenos físicos que median entre la realidad del mundo exterior, los ideales del superyó y los instintos del ello. Pero si nos centramos solamente en ese paradigma podríamos olvidarnos de nuestra verdadera naturaleza, cuyo nombre se debate, pero que se conocería por sus innegables resultados en nuestra vida: la desaparición del miedo a la muerte, unión desinteresada con el prójimo, sentido de inocencia (es decir, no somos culpables de nada), amor y paz, iluminación intelectual, búsqueda de la perfección moral, felicidad, salud, dicha, fuerza interior. ¿Cómo es posible esta realización que algunos han llamado una manifestación multidimensional de la conciencia? ¿En qué medida somos testimonios de esa realidad?

Podemos estudiar las características de este verdadero nuevo ser humano, con el ego sometido o desprendido de él, muy diferente al promulgado por un falso socialismo, en: Moisés, Buda, Jesús, Pablo, Plotino, Mahoma, Dante, Bartolomé de las Casas, San Juan de la Cruz, San Francisco de Asís, Francis Bacon, Dante, Jacob Boehme, William Blake, Honoré de Balzac, Walt Whitman, Edward Carpenter, Sócrates, Pascal. (La descripción de sus experiencias pueden leerse en el clásico “Cosmic Consciousness de Richard Maurice Bucke, M.D. quien buscó comprender la evolución de la mente humana en el siglo pasado, refrendada su búsqueda por los hallazgos contemporáneos de la mejor investigación del dominio de la mente sobre la materia.) Agrego a la lista: Ramakrishna, Yogananda, Albert Schweitzer, Santa Teresa de Calcuta, Santa Laura Montoya.

La iluminación repentina de quiénes somos, qué estamos destinados a ser, transformándonos la vida en un instante, dándonos el sentido de misión o vocación, puede ocurrir de múltiples maneras, a diferentes edades de la vida, en todas las razas y épocas de la historia. La de Santa Laura Montoya, colombiana, a la edad de ocho añitos, mientras jugaba con unas hormigas arrieras, la describe así: “¿Cómo fue eso? ¡Imposible decirlo! SUPE QUE HABÍA DIOS, como lo sé ahora, (Ya mayor cuando por mandato de su director espiritual empieza a regañadientes a escribir su biografía.) y mucho más intensamente; no sé decir más. Lo sentí por largo rato, sin saber cómo sentía, ni lo que sentía, ni puedo hablar. Por fin terminé llorando y gritando recio, recio, como si para respirar necesitara de ello. Por fortuna estaba a distancia de ser oída de los de la casa. Lloré mucho rato de alegría, de opresión amorosa, y grité. Miraba de nuevo al hormiguero, en él sentía a Dios, con una ternura desconocida. Volvía los ojos al cielo y gritaba, llamándolo como una loca. Lloraba porque no lo veía y gritaba más. Siempre el amor se convierte en dolor. Éste casi me mata.” (Autobiografía Laura Montoya, Tomo 1, página 61, Editorial Testimonio, Bogotá, Mayo de 2011) Su biografía es un huerto escondido, escrito con español de pura cepa. Su experiencia es de tal magnitud que ante ella, y por el resto de su vida, considera que era de menos valor: el matrimonio (considerado el premio mayor de la época), el dinero, los honores, el sufrimiento, el apoyo o falta de apoyo de amigos, la incomprensión de las autoridades eclesiásticas, etc., porque encontró a temprana edad la ‘perla de gran precio’ del Evangelio; el Reino de los Cielos, en medio de una violencia partidista estúpida como lo son todas.

“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45-46) El mercader es el hombre; las buenas perlas representan la búsqueda de la verdad, la santidad, la salvación; la perla preciosa es el evangelio del Reino, algo así como el manual de políticas y procedimientos para conservarlo y hacerlo crecer para beneficio de todos; vendió todo lo que tenía: dejó el mundo y la compró: nació de nuevo, es decir, se convirtió en un ser verdaderamente humano que puede demostrar la naturaleza superior y gratuita regalada por Dios.

En ese panorama ¿Por qué sonríe el ego? Porque el mal conoce al bien; Satanás sabía perfectamente quién era Jesús, pero sus coterráneos lo ignoraban porque estaban engañados; así la sabiduría del BIEN REAL que habita en nosotros no se puede dar a conocer por nuestras limitaciones, por lo que actuamos como ingenuos, ya que no CREEMOS que tengamos esa capacidad, esa asistencia de Dios. Conocedor de esa falencia recomendaba Jesús: sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas. (Mateo: 10, 16). El mal sabe que en su esencia el hombre es bueno, pero éste lo ignora porque no hemos experimentado en nosotros esa bondad incondicional que viene de Dios, enturbiada por miles de circunstancias e impedimentos contra los que debemos luchar; siempre está mediada por el ego que, en el mejor de lo casos, la sustituye para hacernos creer buenos, pero no estar seguros de ello. Porque el ego es pasajero, ilusorio, irreal, se inventó el truco de la proyección como defensa del desasosiego interior que le produce su irrealidad. Proyecta en el otro, para su defensa, lo que a él le causa dolor, miedo. Ejemplo: ¿Por qué la indígena torsidesnuda no consideraría ‘pecado’ esa misma condición en su congénere blanca? Porque proyectaría en ella su auto percepción de inocencia y naturalidad. El ladrón hace lo contrario, juzga por su condición.

Entonces la sonrisa suspicaz del ego político proviene de saber lo que el otro no sabe o no entiende debido a los diferentes niveles de engaño legal; de aprovechar el enredo en nuestro laberinto de proyecciones, falencias morales y carencias cognitivas, por lo que siempre se nos podrá enredar acusándonos de lo que acusamos, (falacia conocida con el nombre de ‘tu quoque’ “Y tú también”) mientras planea lo que sólo él conoce. Sabe que el perdón genuino no es posible, sin que cambiemos radicalmente nuestra naturaleza, por lo que no tenemos el poder para cambiar, mientras creamos que los dictados engañosos del ego son la única y definitiva opción (Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico. Romanos 7:19). ¿Quién puede, entonces, derrotar al ego? La Verdad Radical sobre nosotros, que se nos da como gracia, y que al eliminar cualquier mancha que impida el paso de la Luz produce transparencia. Frente a la transparencia no hay reflejo del otro ego acusador, no puede ‘encontrarnos’ no estamos ‘ahí’ aunque nos vea. No reaccionamos, somos libres; el mal no nos afecta, porque es irreal – ausencia de luz, aunque seamos víctimas aparentes de la oscuridad. ¿Qué le pasa al ego cuando confronta esa Luz inocente, amorosa, pura, poderosa, inmutable, que no juzga? Frente a ese tremebunda realidad, el ego huye, se arrepiente, odia; es decir, confronta su propia naturaleza y automáticamente se juzga a sí mismo; se entrega y transforma o muere. ¿Estamos dispuestos a pagar el precio del verdadero perdón cuando lo buscamos con honestidad radical? Desde luego que esta es la posición del héroe moral, un puesto poco ambicionado, solo asumido libremente, jamás exigido.

Así, la sonrisa política de la Gioconda, el ego, surge de nuestra invalidez frente al proceso del absurdo kafkiano de nuestro país en el que, sin saberlo, participa nuestro ego. Todos sabemos que el Amor y Su Paz son curativos y que el odio es destructivo. Al proyectar Amor, no culpabilidad, paz, perfección moral, transparencia, el ‘otro’ es transformado en nosotros, y él también lo es si, libremente, se abre y acepta esa posibilidad. Pero ¿qué debemos hacer si eso no ocurre? No sentirnos culpables, que es una trampa del ego, por la libre elección del otro; y, en justicia, proteger, en todas sus manifestaciones, la vida que no nos pertenece y que nos ha sido encomendada para que encontremos nuestra verdadera naturaleza. Por eso es sagrada. Si no lo sabemos, la Gioconda sonríe.

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