Los ultrajes

Con razón el premio Nobel de la Paz, el sudafricano Desmond Tutu, ha cuestionado el silencio cómplice “y ensordecedor de los vecinos de Venezuela”. Son mandatarios sumidos en el mutismo para no protestar contra los desafueros que contra la democracia ocurren en el país fracaso del socialismo chavista siglo XXI.

Hace pocos días Maduro llamó “sicario” al presidente del gobierno español, Mariano Rajoy. Y ahora zarandea al secretario de la OEA, el uruguayo Luis Almagro. Al primero lo atacó por las medidas establecidas en España sobre seguridad ciudadana. Al segundo, por ofrecer observadores internacionales que supervisen, en un país de fraudes, las elecciones legislativas de diciembre.

Maduro solo admite como vigilantes electorales a sus compadres de Unasur. Dios los cría y ellos se juntan. Son los únicos a quienes les reconoce estatus por la facilidad de manipulación. Unasur está hecha a su imagen y semejanza.

Venezuela está al borde del colapso. La crisis económica es espantosa. El desabastecimiento es crónico. No hay inflación sino hiperinflación. Llega a la increíble cifra del 200 por ciento para finales de este año. Su PIB será del –6 %. Esos hechos darían para abrirle a Maduro un juicio por incapacidad administrativa. Pero con una oposición amordazada y encarcelada, los desafueros tienen vía libre y las tímidas denuncias internacionales se quedan en meros cantos fúnebres sin resonancia.

La corrupción en Venezuela es galopante. En un artículo el analista Jorge Tuto Quiroga, en El País de Madrid, denunciaba: “Los corruptos llenan sus cuentas bancarias en el exterior, los anaqueles están vacíos de mercancías, la criminalidad se apodera de las calles, los pobres no tienen que comer y los enfermos no tienen medicina. El desquiciado manejo del tipo de cambio solo se arregla cambiando los tipos que manejan la economía”.

En Venezuela, dice el comentarista de El País, “todo vale”. Y agrega: “Alcaldes constitucionales brutalmente arrestados son inhabilitados porque al dejar el cargo no entregaron su declaración juramentada a tiempo. Venezuela vive bajo un sistema dictatorial que puede arrestar a un opositor a patadas en su domicilio y después expropiarle la casa por dejar la luz encendida cuando salía”. Este patético relato se queda aún corto con la realidad venezolana.

Pobres venezolanos en manos de este déspota. Con el agravante de que los pocos países vecinos que practican la democracia, tiemblan de miedo cuando Maduro da un golpe en la mesa. El resto está en la órbita del populismo chavista y alcahuetean sus desafueros. Los mismos organismos externos como la ONU, la OEA, carecen de fuerza moral y coercitiva para vigilar y garantizar que las elecciones sean legítimas y que el déspota respete las libertades de pensamiento, de acción, de movilización de su pueblo.

Mientras todo esto ocurre, sus fuerzas policivas invaden el territorio colombiano. Atropellan y secuestran a sus habitantes, denuncias que no llegan a una Cancillería que se pone algodones en los oídos para no oír el clamor de los lejanos compatriotas ultrajados por los esbirros del vecindario.

Percibimos que como están las cosas el pueblo venezolano parecería estar condenado a agonizar en soledad y desamparo.

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