Venezuela tiene hambre

Es vergonzoso que la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) premiara a Venezuela.

La patria paga con creces su monumental error. Hace diecisiete años perdió su conciencia, al enamorarse de unos embaucadores. El socialismo bolivariano trajo consigo las ansias de una clase dirigente que buscaba hacerse con el poder. La abordó con la saña propia de pillos de la peor calaña. Fue un despojo por etapas, con el antifaz de la instauración de un gobierno que nos diera la anhelada dosis de felicidad. Los infaustos resultados saltan a la vista: la nación con uno de los potenciales financieros más vigorosos del planeta, reducida a la mendicidad.

Cerca de dieciocho millones de personas viven en el submundo de las penurias. Es una realidad irrefutable que hace que nuestro futuro tenga pintado un horizonte sombrío. Por eso es vergonzoso que la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) premiara este año a Venezuela por, supuestamente, lograr bajar de manera significativa los índices de pobreza y desigualdad alimentaria. La verdad es que fue una burla al pueblo venezolano honrar el régimen con tal distinción.

¿Será que los ejecutivos de la FAO se olvidaron de nuestra: escasez, desnutrición, desabastecimiento, hambre y ‘bachaqueo’?

Sobrevivimos bajo la premisa de un espantoso desiderátum para los más necesitados. En la mesa del humilde, sus habituales carencias han recrudecido. Se pelea en las kilométricas colas por algún producto que pueda palear la necesidad de un momento. Estamos viviendo una etapa dramática en la cual el hambre se erige como portaestandarte de nuestro destino. En la desesperación por encontrar comida, han surgido los saqueos como desahogo a tanta frustración acumulada. Los intentos por asaltar los supermercados y sitios de abastecimiento se multiplican cada día, los cuerpos de seguridad del Estado apenas pueden repeler grandes concentraciones que se abalanzan ante su realidad: tener la guillotina del hambre en el cuello.

Son el contexto de un país hastiado de tanto discurso falsificado, la realidad de millones de estómagos vacíos que no resisten nuevas promesas huracanadas. Es por ello que su paciencia se agota. Estamos entrando en un estado de desespero y anarquía que parece atraparlo todo. El desabastecimiento comenzó como una estratégica fáctica del Gobierno para mantener al pueblo entretenido en las colas. Es decir, suministrar los alimentos controlados, para ir estirando su supervivencia, ganar tiempo para desarticular los sectores opositores -culpándolos de incapacidad-. Un plan cubano que busca endosarle al adversario la debilidad endógena del proceso revolucionario.

Venezuela tiene hambre, y no solo de alimentos que nos satisfagan y hagan autosuficientes en el área. La República tiene necesidad de un Gobierno decente y pulcro, que sea dirigido por las mentes más brillantes que se han preparado en las mejores universidades del mundo.

Una administración democrática que gobierne para todos por igual, sin jueces que catequicen con las liturgias del crimen. Un Estado que promueva la paz y no pregone la violencia como mecanismo de terror. Con libertad para construir un país con desarrollo vigoroso. Siendo un aliado del empresario privado en la búsqueda de economías que eleven la calidad de vida.

Esa hambre de anhelos perpetuos es también indispensable para salir del abismo; en definitiva; tiene hambre de sed y justicia.

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