Y después de Petro, ¿quién?

En vísperas de octubre, Peñalosa y Pacho deberían unir sus fuerzas en favor del que tenga más opciones en las encuestas.

Gane quien gane la Alcaldía de Bogotá en octubre próximo, sin duda nos pondrá a salvo de los desastres que hoy padecemos por obra y gracia de Petro. Todos los candidatos, gracias a Dios, tienen un acreditado perfil. Son bogotanos y comparten el compromiso de sacar a la ciudad del lastimoso desbarajuste en que se encuentra. ¿Por cuál de ellos votar? He ahí el dilema.

Las damas primero. A Clara López la conozco desde cuando era una bonita muchacha, que compartía un apartamento muy propio de su alta estirpe familiar con su esposo Carlos Romero, amigo mío. Sin duda, por influencia de este joven líder de la Juco tomó desde entonces el pedregoso camino de la izquierda, el mismo que en un momento dado me envolvió en sus atrayentes resplandores.

Es cierto que cuando ella fue encargada durante seis meses de la Alcaldía tomó la sartén por el mango y puso la casa en orden. Nos dejó la imagen de una administradora honesta y competente. ¿Cuál es, entonces, la inquietud que hoy genera su candidatura? Pues bien, tiene que ver con su entorno político. Es en buena parte el mismo que desde hace 12 años, en nombre de una izquierda de cariz populista, se ha apoderado de la administración distrital. Siguiendo la ruta de un Chávez, un Maduro o un Petro, esa corriente cree que la pobreza se combate repartiendo subsidios y no creando fuentes de empleo y oportunidades de empresa; es decir, regalando el pescado en vez de enseñar a pescar. No es extraño que los fieles a esta desviación ideológica, Samper y sus amigos, le den su apoyo.

Podría creerse que otro de los candidatos, Rafael Pardo Rueda, es una opción más confiable. De hecho, hace meses se ocupa de estudiar los males que aquejan a la ciudad. De ahí que muestre buenos índices en las encuestas. Pero no es aún muy claro lo que propone. Sus declaraciones navegan en la misma retórica santista que siempre nos deja en ayunas: una sociedad más igualitaria, poner su gobierno del lado de la gente, desterrar la miseria de la ciudad, etc. Y frente a problemas agudos como el de la movilidad, se le ocurre proponer carriles exclusivos para las motocicletas, lo que creará más aparatosos trancones. Ojalá le oigamos propuestas más aterrizadas.

Caso muy distinto es el de Enrique Peñalosa. Fue un gran alcalde. Como experto en problemas urbanos, ha sido contratado en ciudades de Asia, Australia, Estados Unidos y América Latina. Nada menos. Puede resolver los problemas de TransMilenio, su gran creación. Y además de un metro aéreo menos costoso, ofrece la creación de 35.000 cupos para educación técnica y de centros de atención prioritaria para toda suerte de urgencias médicas. ¿Qué obstáculos puede encontrar esta aspiración suya? Precisamente los de un hombre que no maneja nuestros caprichosos vaivenes políticos y por ello no advierte el precio electoral de ciertos proyectos suyos de carácter futurista.

Finalmente, ¿qué decir de Pacho Santos? Para mí y para quienes lo siguen de cerca, puede ser un gran alcalde. Es capaz de asumir con valor y decisión problemas tan graves como el de la seguridad urbana. No es ajeno a otros de igual calibre que afronta Bogotá. ¿Podrá de aquí a octubre remontar en las encuestas? Así lo cree él, pues su campaña electoral apenas acaba de empezar y espera que el apoyo sin reserva del expresidente Uribe y del Centro Democrático sea un factor decisivo a su favor.

Pero seamos francos: lo que no puede repetirse es que estos dos últimos candidatos, capaces de cambiar el mal rumbo que desde hace 15 años padecemos en Bogotá, naufraguen por no llegar a un acuerdo entre ellos. Peñalosa y Pacho tendrían que abordar tal opción con base en los sondeos de opinión más próximos a octubre. El que retire su nombre en favor del otro tendrá el mismo reconocimiento del ganador y será un triunfo compartido que salvará a la ciudad.

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