Arribismos día a día

Los comportamientos arribistas son universales, aunque rampantes en sociedades en las que la meritocracia y el control ciudadano tienen poco espacio.

Nada más admirable que el esfuerzo personal. Trabajo, estudio, perseverancia, capacidad de superar reveses: sin tales características sería imposible el progreso de individuos y sociedades. Y nada más despreciable que simular lo que no se es, sinónimo de trepar a los codazos en rápida busca de billete, posición social y reconocimiento.

Algunas detestables manifestaciones cotidianas:

Pareja joven, con certeza profesionales, con hijo pequeño, van en compañía de algunos familiares a almorzar a un restaurante de cierta exclusividad en un día festivo. Los acompaña una empleada afrocolombiana, uniformada, que cuida al niño (al que sus parientes no le paran bolas), lo mece, lo pasea en su coche y en ningún momento es invitada a sentarse a la mesa.

No se quedan atrás las actitudes correspondientes al paquete de “usted no sabe quién soy yo” y las golpizas verbales al interlocutor, que puede ser un humilde policía. Incluye variantes como “¿cuál es su apellido?” o “¿de qué universidad salió?”, frecuentes en ciertos círculos que buscan preservar la calidad social del roce.

El abuso del espacio público por parte de algunos personajillos (sin problemas de seguridad, aunque con muchos de autoestima) y sus carros repletos de guardaespaldas, con la complacencia de las autoridades, es pan de cada día. No importa si hay señales que prohíben el parqueo; ahí se apean a sus largos almuerzos de trabajo, sin piedad por la movilidad del prójimo.

Las de corte “intelectual”: en el ámbito de los congresos, seminarios y debate académico hay, al lado de gente que conoce de los temas, un mundillo de “expertos” que, parafraseando a Piero en Los americanos, cuentan con saberes recién adquiridos. Son analistas, expertos ambientales, en derechos humanos, investigadores y graduados en ene cursos, cuyos clímax son las invitaciones a conferencias nacionales e internacionales en las que exponen sus superficiales cuentos en Power Point.

A propósito, la medalla de oro, por estos días, recae en la guapísima señora Natalia Lizarazo García, que tuvo la inteligencia de leer la gran capacidad local de descreste, en un país de pocos inmigrantes, frente a lo que huela a semiótica anglosajona. Su audacia e imaginación, sus gestiones notariales para el cambio de apellido, no tienen límites. Ese Von Schwarzenberg, olor de nobleza germana, que sigue al Springer (que, entre otras, significa saltador, brincador) y antecede al consulting services de su empresa, resulta espectacular.

De Les Luthiers, esta perla, para uno que otro que se sienta identificado:

“Usted, usted que frecuenta el éxito como una costumbre más. Usted que triunfa con la misma naturalidad en los negocios y en los deportes más exclusivos. Usted, que está habituado a que los hombres lo respeten y las mujeres lo admiren. Usted, nos puede decir, ¿cómo hace?”.

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