¿La región más violenta?

Tanto en Colombia como en Brasil los niveles de homicidios son monstruosos. En Venezuela y Honduras la situación ha empeorado. Se requieren esfuerzos descomunales para enfrentar un problema descomunal.

¿Es Latinoamérica la región más violenta del mundo? Esta fue la pregunta que nos correspondió discutir a los panelistas en una conferencia académica, la semana pasada. La frase, en afirmativo, le dio la vuelta al mundo en el 2014, tras un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC). El informe de la UNODC no hablaba genéricamente de “violencia” –una expresión de contenido tan amplio que dificulta cualquier comparación, como la sugerida por el interrogante–. Hablaba en concreto sobre homicidios, crímenes medibles con mayor objetividad y que, por lo tanto, son un indicador medianamente fiable sobre niveles de criminalidad.

En el 2012, Latinoamérica sufrió una tasa de entre 19 y 23 homicidios por cada 100.000 habitantes, cuatro veces más alta que el promedio mundial. Esta comparación es cuestionable, pues en muchas partes del mundo simplemente se desconocen las cifras. Sin embargo, discutir si existen otras regiones con más homicidios que la nuestra sería un ejercicio pueril, a la búsqueda de un consuelo para tontos.

Y es que no hay necesidad, en este caso, de mirar más allá de Latinoamérica para apreciar las dimensiones descomunales del problema. En cifras absolutas, solo en cuatro Estados (Brasil, Colombia, Venezuela y México) fueron asesinadas en el 2012 ¡casi medio millón de personas! Estamos frente a una verdadera catástrofe humanitaria.

Es importante advertir que el panorama varía significativamente de país en país, desde la tasa menor, en Chile (3,1), hasta la más alta, en Honduras (90). Un buen número de naciones –como Uruguay, Argentina, Perú y Costa Rica– mantienen tasas de un dígito. Otras, como las cuatro mencionadas atrás y casi todas las centroamericanas, sufren de niveles bárbaros. Ya se trate del país con los niveles más bajos de homicidios, el problema sigue siendo de proporciones graves. La menor tasa de Chile es tres veces más alta que la de un gran número de Estados europeos –Italia, España, Austria, o el Reino Unido–.

Ni hablar de los que sufren tasas de homicidios elevadas. Históricamente, muchas naciones latinoamericanas estarían sufriendo las tasas de homicidios que tuvo Europa en la época medieval, si les creemos a los análisis de Steven Pinker (The Better Angels of Our Nature, 2011). Sufrimos, es cierto, de múltiples manifestaciones de violencia, no solo del homicidio. Pero creo que existen muchas razones de peso para otorgarle alguna prioridad a la lucha contra el homicidio, sobre todo en aquellos países donde el problema parece anclado en el Medioevo. Normativas: se trata de defender el derecho básico a la vida. Y prácticas: una política efectiva contra el homicidio permitiría la mayor efectividad de las políticas contra otros crímenes.

Importa también advertir que no estamos frente a un cuadro sin salida. Algunas provincias y ciudades de la región han vivido mejoras recientes, como São Paulo y Río de Janeiro, en Brasil.

En Colombia, la caída en la tasa de homicidios en los últimos quince años es notable. La experiencia de Bogotá, donde los homicidios se redujeron de una tasa de 80 en 1993 a 16 en el 2013, merece especial atención. Por lo menos desde el 2000, cada año se destacan alrededor de 250 municipios en todo el país donde no se ha registrado un solo homicidio. Algunos llevan varios años sin ningún homicidio. Municipios con tasas bajas, como Tunja, pueden ofrecer lecciones.

Ninguna de estas mejoras invita a la complacencia. Tanto en Colombia como en Brasil los niveles de homicidios son monstruosos. En Estados como Venezuela y Honduras la situación ha empeorado. Se requieren esfuerzos descomunales para enfrentar un problema descomunal.

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