Ecos de campaña: el Estado botín

Tras derroche millonario en campañas es producto de lo que ya se robaron o de lo que se van a robar.

A punta de reformas sucesivas para ir acomodando el diseño del sistema electoral a los apetitos de la clase política, Colombia terminó en el peor de los mundos. Una dirigencia inescrupulosa urgida de conseguir votos para seguir sacando tajada de los presupuestos públicos, enriquecerse y poder financiar su siguiente campaña en un círculo vicioso de saqueos desenfrenados y engaños al pueblo.

Hay excepciones, claro. Pero excepciones a fin de cuentas. Y no podemos volver a cometer el error de sobredimensionar lo que estas representan y diluir por causa de ellas la inmensidad de la tragedia que vive Colombia con un modelo en el que la voracidad de la clase política se devoró la integridad del sistema y eliminó la búsqueda del bienestar colectivo como pilar inspirador y propósito central de la actividad política.

Lo que vimos en este proceso electoral fue espantoso, a lo largo y ancho de la geografía nacional, a partir de gastos multimillonarios financiados con las platas que se robaron de las alcaldías y las gobernaciones o invirtiendo a buena cuenta de lo que se van a robar en las próximas.

En la inmensa mayoría de los casos los candidatos tienen que invertir más y más para conseguir votos, desplegando un repertorio de mecanismos que arrancan en el voto comprado y van hasta el pago de sumas multimillonarias en publicidad irregular y eventos fastuosos para que la gente se divierta 3 horas como anticipo a los padecimientos de 4 años de defraudación y abandono.

Si lo que van a devengar en un cuatrienio apenas representa una pequeña parte de lo que les cuesta su campaña, probablemente llegarán a robar con una cuadrilla de cómplices que hagan mayoría en la correspondiente asamblea o concejo para poner contralor y personero de bolsillo, y sofocar de antemano cualquier investigación.

Y en materia de ‘mermelada’ no es Mauricio Cárdenas quien tiene la única llave de la planta productora camuflada en partidas sin desagregar del presupuesto. Hay centenares de réplicas departamentales y municipales. Por eso, en la elección de un mismo alcalde pueden concurrir ‘mermelada’ premium nacional, ‘mermelada’ estándar departamental y ‘mermelada’ artesanal del municipio.

Necio sería negar que disminuyeron las agresiones de grupos al margen de la ley, aunque más necio sería desconocer la multiplicidad de factores de constreñimiento al elector que aún subsisten y se multiplican. Y se debe reconocer el gran esfuerzo de logística en la distribución de los materiales electorales. Por lo demás, el propósito de intervenir el nefasto trasteo de votos terminó en dañina confusión por no haber atendido a tiempo las advertencias que desde enero pegó la Misión de Observación Electoral.

Bienvenidos, observadores internacionales. Pero volvieron a cometer el mismo error de siempre, dejándose untar demasiado de Gobierno, protocolo y frases de cajón, lo que sacrifica su real trabajo de campo, contacto con la ciudadanía y exposición a las distintas voces del concierto nacional.

Aunque aplaudimos jubilosos algunos resultados de ayer y lloramos otros, lo cierto es que, en su conjunto, el balance es nefasto. Más allá de las acusaciones por participación en política de los funcionarios públicos, más allá de las cédulas anuladas y las sumas en efectivo incautadas, por fin, aunque sean porcentualmente tan irrisorias que no representen ni la punta del iceberg, tenemos una tarea colectiva por delante.

Hay que cambiar este sistema que convirtió el Estado en botín, y solo el pueblo colombiano lo podrá hacer cuando decida, de una vez por todas, sacudirse de esta tragedia mediante un mecanismo extraordinario de participación ciudadana, como, por ejemplo, un referendo de iniciativa popular para reformar todo el sistema electoral, las reglas de acceso a las contiendas democráticas y la financiación de la política. Todavía es posible.

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