Ajustes e interrogantes

Por la caída estrepitosa del precio del petróleo, la economía colombiana viene siendo sometida a profundos ajustes y, dónde no, a registrar cuantiosos déficits. Como el de la cuenta corriente de la balanza de pagos de 6,7 por ciento del producto interno bruto, en su nivel el mayor del mundo. Y después nos extrañamos de su consecuencia en el tipo de cambio, abandonado a su suerte adversa, sin el menor esfuerzo de la autoridad monetaria por graduar o moderar sus repercusiones en el mercado.

De otro orden, el fiscal, ahí sí se han realizado fuertes ajustes en el renglón de las apropiaciones presupuestarias. Ni más ni menos, por valor de 12,8 billones de pesos. Siempre manzana de discordia entre los miembros superiores del Gobierno, hasta el punto de haberse inclinado algunos de los jefes de Estado a concentrar en sus propias manos los poderes fiscales en aras de esta ventolera, pronto abandonada y reafirmada su dependencia directa del Ministro de Hacienda y Crédito Público. Por cierto, fue en esta división administrativa en la que hiciera sus primeras prácticas el autor de las presentes líneas. Por ello mismo, ha tenido especial predilección por ir al fondo de sus vaivenes y procurar erradicarlos o siquiera atemperarlos.

En la actual oportunidad, necio sería cerrar los ojos a la estrechez de turno. Proviniendo del colapso de su renta primaria, había que amoldar las erogaciones fiscales al ritmo de sus ingresos. Sin perjuicio de aplicar, en esta coyuntura, los principios de la llamada “hacienda compensatoria”, conciliando el déficit fiscal con las necesidades imperiosas de la economía colombiana.

Tratando de contrapesar el desequilibrio monumental de las cuentas externas, ocasionado en buena parte por la omisión de intervenir a tiempo la desbocada carrera devaluatoria, se ha procurado sortear la emergencia obrando selectivamente en el campo de las erogaciones. Pero aun así no cesan las implicaciones del desplome de los precios de los hidrocarburos y de las materias primas en general.

Jamás imaginamos que el retroceso de la economía de la República Popular de China o la menor intensidad de su desarrollo fuera a repercutir en el precio de los productos básicos, tanto menos cuanto que la economía de Estados Unidos, hasta ayer no más eje cíclico del mundo, despegaba con vigor sorprendente e influía más de la cuenta en el costo mundial de los artículos primarios e incluso de los combustibles. El regreso de los capitales a su órbita se haría sentir con solo modificar su tasa de retorno financiero o, en otras palabras, su rendimiento aquí y en todas partes. Fenómenos a los cuales cabía prepararse. ¿Lo hizo o no lo hizo oficialmente Colombia?

Naturalmente, a la mano tenía una valiosa carta. La llamada joya de la corona: Isagén. Era demasiado apetitosa para no fiarle la esperanza en caso de dificultades. En último término, se aduciría la conveniencia de cambiar un activo real, contante y sonante, por otro en diligente ejecución: las autopistas llamadas a articular e integrar al país.

La venta de Isagén al mejor postor es hecho aparentemente irreversible. Cabe suponer que incluye las aguas de sus hidroeléctricas y, en esta hipótesis, preguntar si es por toda la eternidad y cómo se fundamenta y llama la traslación del dominio sobre un bien en constante fluir, propiedad presunta de la Nación y todos sus habitantes.

Para absolver tal interrogante y despejar dudas, convendría consultar el marco constitucional y atenerse a sus preceptos. Claro que una hidroeléctrica, para serlo a cabalidad, supone e implica su fuerza motriz, aspecto que legalmente urge clarificar y precisar, tanto a vendedores como a compradores. Mientras tanto, es válido cierto dolor de patria.

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Feliz y venturoso 2016, con culminación afortunada de los esfuerzos por la paz.

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