El juego del crimen

El fútbol está al mismo nivel de la venta de drogas o el comercio ilegal de armas.

El fútbol es una de las industrias favoritas del crimen organizado. Lo que ha venido pasando es suficiente para asegurarlo: corrupción, sobornos, extorsión, lavado de activos, evasión de impuestos, obstrucción de la justicia y nóminas ficticias. Un prontuario de delitos idéntico al de tres grandes actividades ilícitas: la venta de droga, el comercio ilegal de armas y el tráfico de blancas. El fútbol es la nueva cadena del hampa. Directivos, jugadores, hinchas y dueños están todos untados hasta el alma.

Empecemos por las cabecillas: los europeísimos Blatter y Platini, investigados en la rapiña de casi tres décadas dentro de la Fifa. Sigamos con la docena de directivos salpicados en la fraudulenta asignación de los mundiales de Catar y Rusia. Y terminemos con los latinoamericanos de la Concafac y la Conmevol, las dos ligas más putrefactas en toda la historia del balón: 200 millones de dólares en sobornos y corrupción. Eso por no mencionar a Luis Bedoya, la cuota colombiana en toda esa asquerosa mafia llamada Fifa.

Vayamos a los jugadores: Messi, Mascherano, Casillas, Samuel Eto, Figo, Maradonna; todos han sido acusados de evasión de impuestos a lo largo de la historia. Ninguno ha terminado en la cárcel. Supongo que los jueces no se atreven a condenar a los grandes ídolos futbolísticos mundiales. O, sencillamente, no se les da la gana, porque su plan dominguero no sería el mismo sin Messi en la cancha. Maldita justicia que aplica mundialmente solo para los de ruana.

Sigamos por los fanáticos. En Uruguay, la policía investiga a más de 400 miembros de las barras bravas por estar involucrados en tráfico de drogas y armas. En Argentina, las barras están metidas en la venta ilegal de boletas, los servicios de estacionamiento informales y el tráfico de cocaína y anfetaminas. En Inglaterra, Alemania, Italia y Francia, la violencia de los hinchas llega a tal punto que han tenido que cerrar gradas y prohibirles viajar. En Colombia, para no ir tan lejos, las barras bravas matan hinchas con total facilidad.

Finalmente, están los dueños de los equipos. El más antiguo eslabón en la conexión entre fútbol y crimen organizado: desde que Pablo Escobar se quedó con Nacional, el cartel de Cali con el América y Rodríguez Gacha pasó por Millonarios. También los Guberek lavaban dólares con la compra y venta de jugadores y Danilo Gonzales, el ‘pepe’ mayor, era dueño de varios pases cuando trabajaba para el cartel del norte del Valle.

Lo mismo pasó en México con el ‘Futbolista’, un poderoso narco que controló los clubes de Irapuato, Celaya y Querétaro. Y también ha pasado con el Calcio Italiano y su estrecha relación con las grandes mafias de la Cosa Nostra siciliana: los hermanos Giuliano, el clan ‘lo Russo’, y el cartel de ‘los Escisionistas’.

Directivos, jugadores, hinchas radicales y dueños: todos ostentan una gran cantidad de poder e impunidad gracias a sus vínculos con sindicatos y políticos. Solo ahora que los gringos están metidos –el FBI, la Fiscalía y el Departamento de Justicia de Estados Unidos lideran las investigaciones de corrupción en la Fifa– se empieza a destapar esta olla podrida.

Que me perdonen los hinchas que sienten que la pelota nunca se mancha, pero a mí el fútbol me empieza a dar náuseas.

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