No más muertes por hambre

No puede existir nada más importante en la agenda que esta tragedia humanitaria. El Gobierno debería meterle toda la inyección de capital que necesite para que la superemos.

De Belén de Bajirá hacia el Atrato por el Riosucio, mueren de hambre algunos niños de la comunidad embera chamí. En el sur de Arauca y en Vichada, niños guahibos están desnutridos, al borde de la muerte. Y en la alta Guajira, ya lo sabemos todos, mueren de hambre muchos niños en las rancherías wayús. Morir de hambre puede ser la peor forma de morir, pero ver morir a los hijos de hambre es el suplicio más grande que existe sobre la Tierra. Un niño en estado de desnutrición grave sobrepasa todas las imágenes tristes que el periodismo pueda mostrar en una revista o en un noticiero.

No creo ser especialmente cruel por recordar esta tragedia humanitaria en estas fechas tan festivas. Porque cruel es lo que pasa en esas regiones, y sabe Dios en cuántas más. Ninguno de ustedes, queridos lectores, soportaría estoicamente ver a un niño muriendo de hambre frente a sus ojos. Me tocó ver a un pobre chiquillo que no podía más. Tenía 3 años y el cuerpo de un bebé de 6 meses. Completamente desvaído. No lloraba. No tenía con qué –el llanto necesita fuerza pulmonar y presencia de ánimo–. A veces intentaba una sonrisa cuando miraba a su madre. Y su madre le devolvía un mohín de ternura que funcionaba como aliento vital. Pero cuando la madre volteaba a mirar el horizonte, sus ojos eran la viva imagen del abandono y la desesperanza. Una mirada desangelada que podría derrumbar la fe en todos los dioses y profetas existentes. Los pilares de todas las religiones se vienen abajo con cada niño que muere de hambre en este país. Y los estandartes políticos de cualquier partido también se derrumban con cada niño que muere de hambre.

No puede existir nada más importante en la agenda del Gobierno que esta tragedia humanitaria. No puede seguir siendo posible que esto suceda. El Gobierno tiene que hacer todo lo que esté a su alcance para solucionarlo.

En algunos países de África, en la India, en China, en México, en Brasil y en Cuba han logrado disminuir la desnutrición, a fuerza de cultivar una pequeña alga en forma de espiral que se llama espirulina. Producir espirulina es fácil, económico, y lo pueden hacer las mismas comunidades. Lo único que se necesita es voluntad política y una muy pequeña inversión. 120 gramos diarios de espirulina son complemento suficiente para que un niño desarrolle su cuerpo y su cerebro en todo su potencial. Digo complemento, pero los niños de algunas comunidades de Chad, en África, se criaron sanos y fuertes teniendo como únicos alimentos la espirulina y la yuca. La ONU recomienda la espirulina contra la malnutrición aguda en situaciones de emergencia humanitaria. Esta pequeña alga tiene 20 por ciento más proteína que la carne y el pescado, y supera a la soja en un 30 por ciento en contenido proteico; también tiene vitamina B y Omega 3 en buenas cantidades. Es el alimento del futuro.

Nada tiene que ver con la famosa e insulsa bienestarina. Aquello era (o es) un placebo y solo la podían producir ciertas personas. La espirulina se puede producir a nivel artesanal por las mismas comunidades. Es decir, nadie puede lucrarse con su producción, nadie puede comerciar con el hambre de los niños.

La universidad Nacional viene trabajando un proyecto para enseñar a las comunidades a producirla por sus propios medios. El Gobierno debería meterle toda la inyección de capital que necesite para que superemos esta terrible y dramática situación de hambre y mortandad.

Nota para echar en cara: y después dicen que para qué sirven las universidades públicas.

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