CHURCHILL

En la Comisión Primera del Senado, a la que pertenezco actualmente, es común que los debates inciten a sus miembros a la elucubración. Y si alguien elucubra, es normal que otro riposte.
 
Ocurre con frecuencia que el senador y colega de comisión Horacio Serpa y yo nos enzarcemos en algún debate porque, sí, él o yo haya hecho una elucubración y el otro la rebata. Ocurrió cierta vez con un tema recurrente cuando se habla del llamado “proceso de paz”. El senador Serpa ha pregonado siempre el “apaciguacionismo” como política respecto a organizaciones terroristas como las Farc y el ELN. Para ambientar mi oposición a tal política, cité el conocido episodio histórico de los años 39 y 40 del siglo XX, el enfrentamiento Churchill-Chamberlain en la Cámara de los Comunes, sobre qué hacer ante Hitler, ante sus agresiones criminales, si evitar la confrontación o enfrentarlo con las armas. El epítome de ese debate es la respuesta de Churchill al gesto de Chamberlain mostrando el papelito (“pacto de paz”) firmado por Hitler en Múnich: “Pudimos escoger entre la guerra y la humillación. Escogimos la humillación y también tendremos la guerra”.
 
Serpa, siempre astuto y a la ofensiva, me aplicó un gancho de izquierda difícil de neutralizar en el escenario de las reglas de un debate parlamentario -en donde pedir la palabra es más engorroso que argumentar cuando a uno se la conceden-. Con mucha soltura, como quien no quiere la cosa, se me vino con lo que los expertos en retórica llaman una “Falacia ad Nauseam”, y listo. Debate ganado: “¡Otra vez ese mismo cuento!, exclamó o Serpa. ¡Búsquense otro que ese ya está muy repetido!”.
 
Diciembre es época propicia para enterarse de lo que están produciendo los historiadores, la academia y los editores. Hay mucho tiempo para visitar librerías, hay algo de plata para comprar libros, muchos amigos regalan uno y, sobre todo, hay tiempo y ambiente para leer.
 
Sin entrar a discutir con el senador Serpa sobre si él tenía o no razón con su apaciguacionismo o yo con mi escepticismo respecto a la voluntad de paz de la organización terrorista con la que negocian los de la Unidad Nacional, lo que sí quedó demostrado en mis visitas decembrinas a las librerías es que el único que dice o simula estar cansado con la narración del debate Churchill-Chamberlain es el senador Serpa. ¡Qué fenómeno editorial es hoy Churchill, su vida, su carácter, su voluntad de lucha, su valentía, su patriotismo, su dialéctica, su elocuencia, su liderazgo y su capacidad de soportar la soledad política y de nadar contra la corriente! Las ideas de Churchill son hoy el evangelio que nutre la filosofía política en los principales escenarios académicos de Europa, Asia y los Estados Unidos.
 
Nadie está exento de ser parcial y sesgado. La cátedra universitaria -en lo que corresponde a las ciencias sociales- nunca es “científicamente pura”. Mucho me temo que la corriente editorial “churchilliana” a la que me refiero sea neutralizada por los profesores políticamente correctos que hoy dominan el pensum de los programas de ciencia política en Colombia. Pero los estudiantes, que tiene todo el derecho de conocer todos los ángulos, versiones y opiniones, bien debieran leer ellos y hacer leer a sus profesores esa inmensa colección bibliográfica que encumbra las ideas y la acción de un demócrata liberal, Churchill, enfrentado intelectual, moral y políticamente a la derecha totalitaria nazi y a la tiranía de las ideas marxistas.
 
A todas estas, preguntará algún lector, de qué libros estará hablando este señor. Pues son tantos que no voy a citar ninguno. 

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