Esa invitación a Uribe

Desde Orocué, a gritos por el Llano abierto, el presidente Santos invita al expresidente Uribe a visitar Washington, donde va a celebrarse el cumpleaños del Plan Colombia: “…Venga conmigo, lo llevo en el avión (se escuchan aplausos), lo acomodo donde yo esté (qué honor), ¡gobernador, convenza a su jefe!”, se dirige al único gobernador del Centro Democrático de toda la República.

Qué más quisiera el mandatario que contar con Uribe para la foto (esta vez sonriendo, no fingiendo seriedad y fastidio como en el cuatro-manos con Timochenko), él, que va llenando el círculo de personalidades nacionales e internacionales en torno a la aprobación de la paz (en bruto). Despliegue inusitado y anticipado, cuando no todos los acuerdos están pactados ni mucho menos conocidos por la sumisa opinión.

Es la vieja táctica de dar por hecho lo que aún no existe, para que exista. Es ponerle candado a las conversaciones de paz, para que nadie se levante de la mesa ni haga ruidos molestos a los ojos del mundo. La opinión nacional fácilmente aceptará lo que sea, porque la fiesta ya empieza; más difícil es que la guerrilla, que tantas conquistas viene haciendo, deje pasar pormenores sin definir, porque los festejos mundiales y la figuración de Santos hayan encendido sus luces anticipadamente.

El papa ha dado su bendición, claro que sí y cómo no (“La paz esté con vosotros”, saludaba Jesús), pero la Curia Vaticana ha dejado el viaje del Pontífice para el 2017, conocedora por experiencia de que estas cosas se demoran y aplazan y no se dan cuando quieren que se den las vanidosas autoridades pre-Nobel. Ya la Curia debió padecer la utilización de la santa frase del papa: “No podemos permitirnos un fracaso más…”, repetida hasta el cansancio por las agencias gubernamentales, al punto que el público acabó viendo al venerado Francisco como un producto de televentas, de los que obligan a operar el control de la tele.

Ya la ONU está comprometida, no tanto a vigilar sin armas, cuanto a escoger quién vigile del muestrario de enemigos de Colombia, camuflados, que podrían salir de la chavista Celac, contrafómeque de la OEA.

Los comisionados colombianos, por su parte, han visitado la Unión Europea y han hecho resonar el nombre de Santos y de la paz de Colombia, tras 50 años de conflicto (aunque no con los mismos). Santos ha de campanear más y más, de modo que al escoger en Estocolmo, equivalga a un Ruhani o al propio Francisco y no sólo Santos, sino su coequipero Timochenko, con quien parece compartirá la medalla de la dinamita.

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No quise comentar, ni era obligatorio, los escabrosos episodios de la Defensoría. La razón ha sido la de no desbordar los parámetros de “sexo y violencia moderados”, a los que esta columna prefiere acogerse.

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