Inundados de coca

De cara al 23 de marzo se doblaron los cultivos de coca, que son el motor de la violencia.

Mientras el país seguía lamiéndose las heridas tras la sucesión de muendas que han venido desde La Haya, y se comprendía que es casi imposible cumplir la fecha tantas veces cacareada por Juan Manuel Santos del 23 de marzo para firmar el acuerdo con las Farc, pasó bastante inadvertido que esta semana la Casa Blanca confirmó que entre el 2013 y el 2015 se habían casi doblado las hectáreas de coca, al aumentar de 80.500 a 159.000, como bien lo documenta la revista ‘Semana’.

Ese es el más potente, letal y contundente de los motores de la muerte en Colombia. Ese ha sido el combustible de siniestros carteles de droga, de guerrillas sanguinarias, de ‘bacrim’ asesinas y paramilitares salvajes. Ese ha sido el nutriente de financiación de los genocidios, masacres, atentados y actos terroristas que han estremecido nuestro país hasta la entraña.

Lo que verdaderamente cambió la naturaleza del conflicto en Colombia fue el advenimiento maldito de los cultivos ilícitos y el narcotráfico que han financiado los más bárbaros episodios de la guerra nacional y que activaron las trincheras del terrorismo desde las cuales se atenta contra la vida, la integridad, los bienes y los derechos de los colombianos.

Y aunque en Cuba se ha malnegociado y subsisten corchetes sobre el punto del acuerdo marco relativo a los cultivos ilícitos en medio de sonora palabrería, lo cierto es que mientras pulen incisos y parágrafos, mientras ponen puntos y quitan comas, mientras escogen verbos y adjetivos, mientras por la vía de la conexidad con el delito político extienden cheques en blanco que estimulan este flagelo, mientras les hacen regalos a los jíbaros y expendedores, la máquina de la muerte redobló su potencia, duplicó su capacidad y consolidó su tenebrosa presencia en el territorio nacional.

Con desdén, a medida que se advertía la evidencia reportada desde muchos rincones de Colombia sobre el escalofriante incremento de los cultivos ilícitos en nuestro territorio, el retorno de la amapola y el fracaso estrepitoso del Gobierno en este frente, el mismo Gobierno pretendía acallar o minimizar las denuncias, sin advertir que el más poderoso y canalla de los enemigos de la paz es el narcotráfico.

Ya lo había advertido la ONU al señalar que habíamos regresado a la cúspide del oprobioso top de cultivos ilícitos en el mundo, al tiempo que la misma Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes advertía la presencia de estos cultivos en Nariño, Cauca, Putumayo, Caquetá, Norte de Santander y Guaviare, entre otros territorios.

Y es que no puede recibirse esta información como un dato aislado de la negociación de paz y del deterioro de la seguridad en Colombia. Poco o nada habremos logrado si se firma un acuerdo con unos cabecillas de la guerrilla, receptores de generosos beneficios jurídicos, sin que se destruyan cultivos, laboratorios, pistas, puertos, aeronaves, submarinos y redes narcotraficantes e incluso microtraficantes construidas, surtidas o patrocinadas desde los frentes guerrilleros que hoy, según informes de inteligencia revelados al público, se codean incluso con el brutal cartel de Sinaloa y organizaciones del terrorismo internacional.

Que el Gobierno siga estático ante este fenómeno, con acuerdo en Cuba o sin él, es tapizar un camino de violencia perpetua que con piel de ‘farcrim’ sangrienta y multimillonaria se devorará cualquier acuerdo que pueda alcanzarse en Cuba. Evitarlo tiene que convertirse en prioridad para los negociadores, para el Gobierno y para el país.

Lo de la Corte Internacional era predecible. En cambio, esta cifra estremecedora sobre cultivos ilícitos revelada por la Casa Blanca desbordó hasta el más pesimista de los pronósticos en esa dolorosa semana pasada, en la que sentimos, como nunca antes, descuadernado el país y amenazada nuestra soberanía en el Caribe… y en el resto del territorio nacional.

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