Las marchas pacíficas

La gente no marchó contra la paz. Marchó contra el mal gobierno.

La multitudinaria asistencia a las marchas dejó bien claro que la gente no marchó contra la paz, sino contra el mal gobierno. Aunque trataron de descalificar la convocatoria diciendo que era contra la paz, las inmensas marchas pacíficas confirmaron que exigir una buena negociación no es torpedear la paz, sino, por el contrario, estimularla para que sea sostenible, justa y no incube nuevas violencias.

Las marchas evidenciaron que gente de todos los partidos está sufriendo por la inflación que golpea sus bolsillos, por la anunciada reforma tributaria, y por el deterioro inocultable y doloroso de la seguridad ciudadana. Un desgobierno paralizante es percibido en todos los estratos y regiones.

Justamente porque las marchas interpretaron legítimos clamores ciudadanos, resulta imperativo rechazar sin vacilación el paro armado, el accionar salvaje de las bacrim, el apogeo criminal de ‘los Úsuga’, el resurgimiento de toda modalidad neoparamilitar, el asesinato de los dirigentes de izquierda y el retorno de organizaciones de asesinos, vengan de donde vengan.

Y es que este gobierno de reacciones tardías subestimó el poder de ‘los Úsuga’ y dejó extensas zonas con sus pobladores indefensos a merced de los criminales durante el mal llamado paro armado. La Fuerza Pública lució desbordada, desubicada y desde Mindefensa volvieron a tacar burro tratando como tontos a los colombianos con la tesis delirante de que el paro armado era una evidencia del éxito de esa cartera.

Cosecharon lo que sembraron. Desde Cuba, con escala en la Casa de Nariño, mandaron hundir un proyecto de ley de mi autoría que brindaba herramientas contundentes para enfrentar bacrim y Farcrim, Úsugas y similares mezcladas de carteles de narcotráfico, neoparamilitarismo, minería ilegal, oficinas sicariales, mafias territoriales, armas largas, capacidad letal y bandas delincuenciales.

Soy testigo presencial, pues esa fue la razón que nos trajo de Palacio el senador de la Unidad Nacional, portador de la voz para hundir el proyecto, ante la pasiva complicidad del entonces ministro Pinzón, que en público vociferaba y en privado, en su despacho, agachaba la cabeza y cedía ante las pretensiones del terrorismo.

Pues bien, sea este el momento para retomar ese proyecto y para que el Estado disponga de las herramientas adecuadas para enfrentar estos criminales. Sin esas herramientas, el posconflicto se parecerá mucho más al paro armado del ‘clan Úsuga’ que al mundo fantástico de los discursos oficiales.

Esta película ya la vimos. Incestos armados entre bacrim, Úsugas, paramilitares, ‘Megateos’, Farc y Eln, unidos por el narcotráfico y la minería ilegal, cambiándose de brazaletes a la conveniencia del día. Y como este paro sobrevino cuando se celebraba el anuncio sobre el inicio formal de los diálogos con el Eln, quedaron entre el tintero las preguntas que se deberán contestar en los próximos días.

¿Es un salvavidas de oxígeno o uno de cemento para el acuerdo con las Farc? ¿Lo acelerará o lo demorará? ¿Quedó el Eln obligado a aceptar lo que ya se ha acordado con las Farc o reabrirá los temas que no le gusten? ¿Se burlarán otra vez del Gobierno o cumplirán con la exigencia de liberar a todos los secuestrados antes de la primera sesión de la mesa? ¿Cuándo será esa primera sesión? ¿Habrá uno o dos plebiscitos o una única constituyente? En fin… ya veremos.

Julio Roberto Gómez, el reconocido dirigente sindical, me dijo que a este gobierno tenían que hacerle un paro para que firmara y seis paros para que cumpliera. Las movilizaciones sindicales seguirán convocándose. Y las marchas demostraron que la gente está tan fatigada que prefiere sacrificar su tranquilidad sabatina a permanecer en la pasividad del resignado. Lo único cierto es que la protesta pacífica, sin intimidaciones ni vandalismos, siempre tonifica la democracia y exige rectificaciones necesarias de los gobiernos cuando se están equivocando.

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