La vorágine

El Norte de Santander siempre ha evidenciado las fracturas de los sucesivos procesos de paz colombianos.

El secuestro de Salud Hernández, seguramente realizado por el Eln mientras ella hacía un cubrimiento periodístico no autorizado por la guerrilla, pone de manifiesto que en Colombia hay lugares donde el estado no gobierna. Que es una democracia incompleta, donde las libertades de movimiento y expresión se aplican en unos lugares y otros no. El Norte de Santander desde hace décadas ha sido un departamento donde las mafias y los ejércitos ilegales perpetúan la guerra por el control de las rutas del narcotráfico, y del contrabando de gasolina, mientras las fuerzas estatales y las grandes empresas extractivas se han aliado con unos y con otros para facilitar su acceso al poder y su enriquecimiento.

Aunque esta última descripción se ajusta a buena parte del territorio colombiano, hay algunos ingredientes que hacen de Norte de Santander un caso especial, o al menos tristemente ejemplar. Es una zona que ha demostrado reiteradamente las fracturas de los procesos de paz, pues se implementan en un territorio que tiene una autoridad estatal fallida. Es el lugar donde, si bien hay reducciones en los índices de violencia con el fin de cada proceso, la paz como tal nunca llega.

Comencemos por el Epl, que supuestamente se desmovilizó en 1991, excepto en Norte de Santander, donde siguió operando un frente bajo el mando de Víctor Ramón Navarro, alias Megateo. Como si Norte de Santander viviera una realidad paralela en el universo de la guerra colombiana, el último comandante del Epl fue el rey de la coca hasta que fue abatido el año pasado.

En el 2005 se desmovilizaron los paramilitares, que en Norte de Santander cometieron cadenas de masacres con el beneplácito del ejército y la policía, pusieron y quitaron alcaldes, financiaron campañas de gobernadores, impusieron un régimen de terror en las principales ciudades y pueblos, e incluso instalaron hornos crematorios para desaparecer los cadáveres de sus víctimas.

Con la desmovilización de los paramilitares, la situación de seguridad en lugares como La Gabarra, y poblaciones más cercanas al río Catatumbo, mejoró algo. En otros la presencia de los paramilitares fue reemplazada por las Farc y el Eln. Sin embargo, cuando se le preguntaba a una persona de Villa del Rosario, más cercana a Cúcuta y a la frontera con Venezuela, cuál fue el cambio, diría que ninguno. La gente, que no es tonta, seguía llamando paracos a los extorsionistas y asesinos que el estado catalogaba como "bandas criminales", esos residuos de los paramilitares que seguían mandando como si nada, salvo que se llamaban Águilas Negras, Rastrojos, Urabeños, y se disputaban los territorios en guerras de sicarios.

En El Tarra, municipio de la región del Catatumbo donde fue secuestrada Salud Hernández, no da tregua el aumento de cultivos de coca. De hecho, pueden ir y venir los Megateos y los procesos de paz, pero la coca se sigue sembrando y cada vez es más. La cocaína se sigue produciendo -a muy buen precio gracias a la gasolina de contrabando importada desde Venezuela-, y todas las mafias y grupos armados se lucran de ello. Ese es el incentivo de la guerra. El dinero de la multimillonaria economía ilegal de Norte de Santander.

Entretanto el estado, cuando no es directamente cómplice, facilita la existencia de la ilegalidad porque las mafias de la política son las que determinan el resultado de las votaciones. Una vez en el poder, los gobernantes saquean el erario público, en lugar de construir, por ejemplo, la infraestructura vial más básica para la subsistencia de las comunidades.

Aunque la entrega de armas por parte de los ejércitos ilegales y las capturas de las mafias es una condición necesaria para que se construya una sociedad pacífica, el Norte de Santander es la prueba definitiva de que si el estado colombiano no se desvincula definitivamente de las estructuras mafiosas, si el estado mismo no deja de operar como una mafia, y de aliarse con las mafias, los procesos de paz serán simples paliativos, meras transiciones entre periodos de guerra.

Pero a estas innumerables mafias que gobiernan el Norte de Santander, entre ellas el Eln, no les interesa que la verdad se publique. Por eso amedrentan y secuestran a los periodistas, como ha sido el caso de Salud Hernández, y de tantos otros que han sido amenazados, asesinados y secuestrados en la vorágine de este departamento.

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