Lo duro que viene

Las Farc van ganando la partida en la mesa de La Habana. Doblegan al Estado colombiano y cosechan más conquistas de las que calculaban. Conversando de tú a tú con un gobierno contradictorio y oscilante, lo enredan y someten. Se encontraron con una guaca –el Acuerdo Especial— la que nunca pudieron sacar de lo profundo de las selvas, sus viejos escenarios de combate… Han demostrado en La Habana la habilidad de sus curtidos negociadores, situados muy por encima de la ingenuidad de su contraparte.

Esta sagacidad de los delegados de la insurgencia –que va quedando clara en esta torre de babel jurídica en que se ha constituido el blindaje constitucional al proceso habanero–, protocolizaría la ganada facultad de las Farc para constituirse en mesa permanente de negociación de los grandes conflictos colombianos. Que representen al país, dada su sagacidad y poder de convicción de sus delegados en el proceso habanero, en los escenarios internacionales para la defensa de los intereses nacionales. Sustituirían a los burócratas que en la salvaguardia de los derechos colombianos, siempre salen doblegados por falta de preparación y perspicacia.

La Farc van a hacer la paz con Santos, mientras este renueva la guerra contra Uribe. Lo ofende en su vida familiar y personal. Pone en duda la legitimidad de su segundo gobierno al cual sirvió Santos como acucioso ordenanza en calidad de ministro de Defensa. Las Farc deben frotarse las manos viendo crujir el establecimiento.

Caído prematuramente el telón de la comedia cubana, que se va volviendo drama, dudamos que la sociedad colombiana tenga conciencia plena de las duras e ineludibles obligaciones que se vienen. Ojalá Santos, –quien habla con altanería para la galería nacional y se aculilla cuando se le ronca desde las playas habaneras–, tenga el valor de comunicarle al país cuáles son las exigencias económicas –en mayores tributos y más deuda externa e interna— que se adquirirán cuando comience el postconflicto. Que haga por fin un ejercicio didáctico, una pedagogía precisa sobre las responsabilidades en que han comprometido a la sociedad colombiana.

Pero no solo en lo económico las obligaciones son serias, sino que las huellas de la violencia podrían ser irrestañables, si no se cumple con rigurosa reparación a las víctimas, ni se borra la sombra de la impunidad. John Alderdice, figura clave en el proceso de paz de Irlanda del Norte, expresó en la revista Semana que “una sociedad no entra en un postconflicto con una sensación calurosa de felicidad, sino con ansiedad… En mi país, apenas se firmaron los acuerdos la gente se radicalizó… La violencia deja memorias terribles que una firma de paz no puede borrar… Negociar el acuerdo de paz fue difícil, pero lo realmente duro será implementarlo…”.

Y más, opinamos, digerirlo en un país como Colombia, radicalizado y cada día más atizado por una guerra verbal crispada.

Un posconflicto, como lo sostiene Alderdice, “desde lo emocional se parece a un acordeón. Se infla y se desinfla, se desinfla e infla”. Ojalá en Colombia no se desinfle prematuramente.

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