Santos, De la Calle y las Farc fuman habanos que pueden salir muy caros

En medio de las trincheras y los balazos de este país polarizado y sus extremos, quienes creen en la necesidad de que se concrete un proceso de paz meridiano, sensato y conveniente para que las Farc dejen las armas y se reinserten a la civilidad y la política, se quedan sin argumentos para tender puentes que permitan abandonar las doctrinas viciosas y ciegas de aquellos que han vuelto pedazos a Colombia durante, por lo menos, 50 años.

Unos aferrados al poder institucional, económico y político, como las garrapatas enganchadas a la vaca. Y los otros aferrados a sus hierros y a una clandestinidad desde la que no fueron capaces de reinventar ni cambiar nada.

Cada vez más, dadas las decisiones inconsultas y peregrinas que le anuncian al país desde La Habana, los jueves y viernes a las 5:00 de la tarde, se esfuman las posibilidades de crear entendimiento entre los dos bandos tan sordos y tercos en que ha venido dividiéndose el país por cuenta de la negociación en Cuba.

Que Santos le va a entregar el país a la guerrilla. Que Uribe es el que puede salvar la patria. Que Santos reparte compotas y Uribe, goticas de valeriana. Que Santos guerrillero, que Uribe “paraco”. Que el uno con la palma de la mano pintada de paz y el otro con el brazo firme del führer. Que el uno la militancia por la paz, que el otro la resistencia civil contra la “narcoguerrilla”.

Y, entonces, cuando creíamos al plenipotenciario Humberto de la Calle capaz de llevar los hilos por la mitad, sale a anunciar que los Acuerdos de La Habana tendrán la calidad de los Acuerdos Especiales que pueden darse con base en el Derecho Internacional Humanitario (DIH). No resulta procedente que los pactos en Cuba, que tendrán implicaciones políticas, sociales, económicas y jurídicas, se equiparen, se asimilen con los acuerdos que logran las partes de un conflicto para sortear los efectos de la guerra sobre la población civil y sobre sus propios combatientes.

El DIH pretende facilitar que se respeten normas mínimas, principios básicos de humanidad y combate. Nunca se adentra en procesos en que los bandos pulsan y acuerdan asuntos que modelan Estados y gobiernos. Pero De la Calle lo justifica.

Decisiones así, de espaldas al país, y acuerdos que después de tres años y medio no acaba de conocer la ciudadanía, agitan y dan sustento a quienes no desean la paz. Y a los que quieren alejarse de extremos, esperanzados en una negociación de acuerdos razonables y ajustados a la Constitución y el Estado Social de Derecho, los dejan maniatados. En este país, tan emparentado y proclive a las vías de hecho y la violencia, todo puede pasar. En especial cuando desde La Habana emanan decisiones de semejantes repercusiones y verticalidad. El Gobierno y las Farc se fuman unos habanos a su gusto, mientras hacen anuncios a quemarropa, para que saltemos sobre un colchón de piedras. Esos habanos pueden salir más caros que los exclusivos de Fidel. El riesgo es que con tanto descontento y falacias no podamos construir una paz de verdad, una paz aceptada, querida y cuidada por todos.

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