Blair ante el juicio de la historia

Tras 7 años de investigación, se divulgó el Informe Chilcot que concluyó que la incursión de Gran Bretaña en Irak, junto a E.U., se basó en inteligencia defectuosa. Tony Blair asumió el costo político.

A las 11:30 de la mañana de ayer en Londres se abrieron las páginas del informe que cumplió con lo que ya el exprimer ministro británico Tony Blair había previsto: el juicio de la historia por la ocupación militar en Irak, en 2003, liderada por Estados Unidos y apoyada sin reservas por el ejército británico, con el objetivo de desmantelar el supuesto armamento de destrucción masiva que poseía Sadam Husein y que nunca fue hallado.

La investigación, en calidad de independiente, que ordenara en 2009 Gordon Brown, entonces primer ministro de Gran Bretaña, a sir John Chilcot, miembro del Consejo Privado del Reino Unido y otrora subsecretario de Estado, llega a conclusiones demoledoras: se invadió Irak con base en informes de inteligencia defectuosa y antes de agotar las “opciones pacíficas”.

Desde el inicio de esa etapa de conflicto en Irak han muerto a la fecha más de 250 mil personas, entre civiles y combatientes, y cayeron además 179 soldados británicos. Algunos parientes de los militares estuvieron presentes en la entrega del “Informe Chilcot” y reprocharon la decisión de Blair de enviar tropas a Irak. Citados por BBC, dijeron sentir que sus familiares murieron “en vano” y una hermana de un uniformado calificó de terrorista la opción de Blair.

Ayer mismo (ver contraposición), Tony Blair expidió un comunicado en el cual anunció que aceptará “las responsabilidades por los errores, sin excepciones ni excusas”. El exprimer ministro insiste en que actuó de buena fe y convencido de la necesidad de “remover a Sadan Husein”.

Desde octubre pasado, en entrevista con CNN, el líder británico aceptó que el caos que desató la ocupación en Irak pudo, en parte, provocar el surgimiento del autodenominado Estado Islámico (EI), que hoy controla poblados fronterizos entre el oriente de Siria y el norte de Irak.

Frente a ese aspecto el Informe Chilcot sostiene que Gran Bretaña “infravaloró” las consecuencias de la invasión. La inestabilidad de Irak tras la invasión, con un choque político-militar permanente entre clanes chiíes y suníes, sin garantías de seguridad para los civiles por parte de la débil policía iraquí, y el desmembramiento del país que busca el EI son efectos terribles que el mismo Blair acepta.

Hoy no solo Irak sino también Siria y el Kurdistán son foco permanente de tensiones y un territorio frente al cual las potencias (Estados Unidos, Rusia, Francia y la misma Gran Bretaña) no han podido definir políticas de acción y apaciguamiento, mientras que la brutalidad de los musulmanes extremistas no se detiene: provocaron más de 190 muertos en sendos actos terroristas en Estambul y Bagdad las últimas dos semanas.

El drama humanitario que desató la ocupación de Irak, con efectos colaterales posteriores, apenas hoy se dimensiona. El flujo de inmigrantes a Europa es permanente. Y Naciones Unidas no encuentra fórmulas para detener la carnicería de tropas oficiales y rebeldes que combaten en la difusa frontera con Siria.

Tony Blair preveía que este juicio de la historia sería inevitable: “Pido disculpas por el hecho de que la inteligencia que recibimos fue errónea. (…) También pido disculpas por algunos de los fallos en la planificación y, ciertamente, por nuestro error en comprender lo que sucedería una vez desalojáramos al régimen”.

Como lo dijo el señor Chilcot ayer, se subestimaron las consecuencias. Así lo ratifica la historia reciente de Irak.

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