Todo por la causa de la paz

Las comisiones conjuntas del Gobierno y representantes del No pueden arrojar muchas luces sobre las razones del diferendo y las posibilidades de entendimiento. La paz, sí, pero no a costa de la seguridad pública y personal.

Generalizado alborozo despertó la noticia de la concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente de la República, Juan Manuel Santos, quien a lo largo de su mandato consagrara a esta causa sus mayores desvelos. Tanto más cuanto se presentara inmediatamente después del triunfo del No en la consulta plebiscitaria y de este modo abriera nuevas oportunidades de reflexión sobre dicho objetivo prioritario.

En realidad, al plebiscito se le había presentado la solicitud de luz verde al prolijo y complicado texto del acuerdo suscrito con las Farc en La Habana, susceptible de acarrear con su vigencia la sustitución, lo dicho con ruda franqueza, la remoción de la Constitución Política de Colombia. Equivalía a reemplazar de tajo, o en aspectos sustantivos, los cimientos actuales del Estado social de derecho. Operación demasiado radical y sustancial para la mentalidad democrática de los colombianos, tradicionalmente cultores de su juridicidad y respeto inviolable a las leyes fundamentales.

Las comisiones conjuntas del Gobierno y representantes del No plebiscitario pueden arrojar muchas luces sobre las razones del diferendo y las posibilidades de entendimiento, según se desprende de las informaciones y reflexiones de uno de ellos, el senador Iván Duque Márquez, en entrevista publicada en el diario EL TIEMPO. En materias muy delicadas como la conexidad del narcotráfico con el delito político y de este con el secuestro y otros crímenes atroces. La paz, sí, pero no a costa de la seguridad pública y personal.

Mucho esmero se requiere en el examen y la revisión de tantas ambigüedades como las que le abrirían el paso a la arbitrariedad. Aparentemente, se vienen realizando con tiento y lúcida conciencia, sin vanas precipitaciones, pero también sin poner oídos sordos a los clamores que proceden de la plaza de Bolívar y de otras concentraciones juveniles en el país.

Muy aleccionador fue el extenso reportaje de Caracol Radio al jefe supremo de las Farc, Rodrigo Londoño Echeverri, mejor conocido por el apodo de ‘Timochenko’, civilizado y conciliador, sin perjuicio de la defensa radical de sus principios y conceptos. Llamó la atención que no insistiera, esta vez, en canjear la Carta constitucional de 1991 por el embrollo del acuerdo de paz de La Habana, solemnizado en Cartagena sin aludir a la posibilidad de conferirle rango constitucional mediante la argucia de inscribirlo como Acuerdo Especial en Berna (Suiza), probablemente sede de las instituciones del Derecho Internacional Humanitario. Ahí, la más fuerte discrepancia plebiscitaria entre los defensores del Sí y los abanderados del No.

Otra noticia trascendental de este mismo estilo fue la apertura de conversaciones con los representantes de la guerrilla del Eln, incrustado en las zonas de cultivo de estupefacientes e inclinado a la práctica del secuestro, largamente renuente a la liberación de los cautivos. En adelante, querría decir que la paz llegó también a esos territorios, quizá eximiéndolos asimismo de la peste del secuestro, previo rescate de sus víctimas. No en vano se le ha conferido el Premio Nobel de la Paz al presidente Santos, quien sin vanidad ni pena ha establecido contacto con el senador Álvaro Uribe, cabeza de la bancada discrepante y de la movilización por el No en la consulta plebiscitaria.

Claro que todo lo demás ha quedado en la penumbra. A la espera de que le llegue el turno de la atención pública. En primera línea, la tan traída y llevada reforma tributaria estructural, de cuyo contenido apenas se han anticipado los sesgos más probables, si es que son veraces. Menos atrayentes para el grueso de la opinión colombiana, lo cierto es que traerán cuotas de sacrificio y, al revés de la causa de la paz, no halagarán por igual a todo el mundo. Cada persona respirará por su propia herida.

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