¿Puede una minoría tomar el poder y domar a las mayorías?

La respuesta es positiva. Hay multitud de ejemplos en la historia mundial.

En Sudáfrica la minoría blanca no solo gobernó ese país por siglos sino que impuso el odiado régimen del Apartheid desde 1948 consistente en la separación de la población por razas, una detestable segregación y una humillante discriminación de las mayorías negras.

En Rusia, 1917, varias fuerzas políticas intentaron derrocar el zarismo para instaurar la república y la democracia. Lo lograron en febrero, pero en octubre, en medio de una profunda crisis, división de la sociedad, pobreza, miedo, cansancio con la guerra, una fuerza minoritaria pero muy disciplinada, la facción mayoritaria del partido obrero socialdemócrata ruso (comunista), realizó un golpe de estado, asumió el poder y se consolidó en él ejerciendo una terrible persecución y aniquilamiento contra sus adversarios, partidos de todas las tendencias incluso contra los de izquierda que no compartían su proyecto y sus métodos.

En 1933 en Alemania, el minúsculo y risible partido nacional socialista (Nazi) que agitaba una retórica revanchista y denunciaba por humillante el pacto de Versalles que había establecido la paz con la que se puso término a la primera guerra mundial, que preconizaba el retorno a la grandeza alemana y la superioridad de la raza aria, asumió el poder cuando Hindenburg, presidente del país, lo llamó a formar gobierno a pesar de haber ocupado el tercer lugar en las elecciones.  Meses y años después el nazismo suprimió la democracia y desató una rabiosa carrera armamentística, persiguió a los judíos causando la muerte de más de seis millones en campos de concentración y desató la peor de todas las guerras hasta hoy conocidas de la historia.

En Cuba, una dictadura militar fue derrocada por un amplio movimiento de fuerzas democráticas a cuya cabeza estaba un grupo minoritario, la guerrilla Movimiento 26 de Julio liderada por los hermanos Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto el Ché Guevara que se puso al frente del gobierno y habiéndose declarado no comunista y prometido la realización de elecciones, un año después se descubrió como comunista, se alió con la URSS y adelantó una sistemática y cruel represión a través del fusilamiento de exfuncionarios del régimen anterior y contra dirigentes de los partidos que habiendo apoyado la revolución se opusieron a la instauración del comunismo, por medio del temible “Paredón” donde fueron fusilados miles de críticos y opositores.

Una minoría totalitaria no requiere, pues, ser mayoría para acceder al poder, para ella no hay barreras morales ni legales que lo impidan. Esas minorías violentas no aspiran a imponerse solo por triunfos electorales.

Los métodos usados por las minorías totalitarias varían según las circunstancias. La violencia siempre será un recurso en su táctica, bien para esgrimirla en forma de amenaza o bien para ejercerla en toda su crudeza. También apelan a las elecciones en democracia, se alían con otras tendencias, se camuflan, se infiltran, engañan al electorado escondiendo sus verdaderos propósitos e incluso presentándose como demócratas consecuentes.

En la China ocupada por los japoneses, los comunistas se unieron con el partido nacionalista Kuomintang en la lucha por expulsar al invasor y crear la república. Derrotado el imperio japonés en la segunda guerra mundial el consecuente debilitamiento de las tropas de ocupación facilitó la liberación china, y fue justo ahí cuando, a la manera bolchevique, desataron la guerra civil contra sus aliados nacionalistas y conquistaron el poder instaurando el sistema comunista. Hubo millones de muertos por la represión política, la persecución a los opositores y por hambre.

En Venezuela la toma del poder se dio por vía democrática y por triunfo en unas elecciones. Pareciera una excepción a la regla. Un coronel que fracasó en un golpe de estado, condenado luego, obtuvo el perdón y una vez libre aprovechó la grave crisis moral generada por gobiernos corruptos. El entusiasmo se apoderó de las multitudes e incluso muchos empresarios, líderes de opinión, antiguos militantes de los partidos tradicionales depositaron sus esperanzas de cambio en el nuevo caudillo.

Hugo Chávez negó ser comunista, como Fidel en Cuba, lo acusó de dictador. Ya en  el poder inició una política de arrasamiento de las instituciones, cambió la constitución, se eternizó en la presidencia, obtuvo el control de todos los poderes, ganó con métodos turbios y fraudulentos decenas de elecciones y cuando perdió un plebiscito lo desconoció después. Estatizó la economía, repartió las jugosas ganancias petroleras a sus amigos en el exterior y se hizo el de la vista gorda con el enriquecimiento de la llamada boliburguesía, quebró la unidad del ejército y convirtió a los generales en jefes del socialismo bolivariano. La lista es demasiado extensa como para dar cuenta aquí de todos los desastres.

Esa película, con variaciones y recortes se vivió en Brasil y Argentina que a tiempo reaccionaron, y se vive aún en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador. Los venezolanos hoy no son libres, su democracia está convertida en una caricatura, hay presos políticos por montones, el pueblo carece de alimentos y medicinas y el poder reside en una insignificante minoría que recibe el apoyo de un truhán colombiano secretario de UNASUR y el silencio cómplice de los gobiernos democráticos de América Latina.

En Colombia, los partidarios de ese ominoso experimento son una minoría. Grupos guerrilleros y civiles quieren aplicar la receta, cuentan con líderes sobresalientes que militan en diferentes partidos. Sus áulicos escribientes se burlan de quienes advierten el peligro y minimizan el riesgo hasta hacerlo ver ridículo. Otros no creen que tal cosa nos llegue a suceder. Pero, como dice el proverbio “guerra avisada no mata soldado y si lo mata es por descuidado”.

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