LA TRAICIÓN TERMINARÁ DERROTADA

La indignación crece. Todos los días se descubren mas hechos de corrupción y trampas del presidente de la República Juan Manuel Santos.

¿Cómo saber y evitar que una persona que llega al poder se corrompa o saber de antemano que está dispuesto a utilizar su cargo para favorecer su interés personal? Similar inquietud se presenta cuando una corriente política como el uribismo tiene que escoger un nombre para representarlo en cualquier cargo. Siempre se corre el riesgo de que el  escogido llegue al poder y haga lo contrario a los lineamientos con los que fue apoyado, o utilice el poder para enriquecerse.

¿Cómo garantizar que eso no suceda? ¿Es posible construir un procedimiento infalible para lograrlo? Realmente no existe ningún mecanismo para garantizar la pulcritud ni la lealtad del escogido. Si Jesús, que estaba impregnado de la esencia divina, a pesar de eso fue traicionado por Judas, ¿qué podremos esperar los pobres mortales para evitar ser entrampado en ese pecado primigenio que para Dante era el peor de todos, la traición? A pesar de eso, los apóstoles que siguieron fieles a la doctrina construyeron una institución que pervive después de mas de dos milenios.

Miremos entonces nuestra  experiencia anterior para entender la diferencia con la situación actual y fortalecer los elementos con los que hoy contamos.

En 2010, Santos llegó a la Presidencia con tres elementos de los que se aprovechó, dos de ellos los controló completamente: el partido de la U y la bancada en el congreso; el otro, el prestigio, la popularidad y el poder del Presidente Uribe. La U era y es un partido de congresistas, sin democracia interna y experto en conseguir cargos y contratos con el Estado. La bancada de ese partido, con otros congresistas, fue controlada por Santos por medio de puestos y contratos con el Estado. En ese periodo se presentó el unanimismo perfecto pues no tenia oposición importante en el legislativo y este se convirtió en  un apéndice del ejecutivo.

Es cierto que el uribismo se equivocó al seleccionarlo como su candidato. Había  señales que permitían prever esa traición, pero la trampa fue bien montada y caímos sin excusas. Lo grave no solo era equivocarse en la selección; lo mas grave era que no teníamos ninguna aparato para combatirlo o por lo menos contradecirlo. Teníamos, sí, a la opinión pública. Apoyados en ella es como se transforma esa realidad. 

Hoy hay una situación diferente y debemos aprovechar los elementos que están a nuestro favor. Una baraja de precandidatos que se han mantenido firmes en la soledad del poder y de los medios de comunicación sesgados y doblegados al poder de turno.

Contamos con un partido político en proceso de fortalecimiento y de unidad guiado por su líder natural, el cual tendrá un  papel definitivo en el futuro, pues no utilizará el poder como una bolsa de empleo o una fuente de negocios para sus miembros, sino que  estará alerta revisando el camino del país y  su  candidato escogido.  Su papel no será el de defender incondicionalmente al presidente que apoyó,  sino respaldar y ayudar a construir las propuesta para recuperar el rumbo del país y poner los intereses de la patria por encima del interés mezquino de su propio aparato. Asimismo debe actuar con todos los gobernantes en cualquier rincón del país, hayan sido apoyados por nosotros o no.

El otro elemento a nuestro favor es que existirá esta vez una bancada que esperamos sea mayoritaria en la próxima legislatura. Una bancada comandada por el expresidente Uribe, que  apoyará y facilitará las políticas de recuperación de la nación, propuestas por el gobierno, manteniendo su independencia y sin llegar al triste papel de ser una institución arrodillada al gobierno como es hoy.

Es claro que debemos preocupamos por identificar y definir un mecanismo de selección, pero no dejemos de lado la obligación de fortalecer el partido para que sea el apoyo, garante y control de los elegidos, quienes deben entender que son sus representantes y a este y al país se deben.

El partido no es solo un aparato legal que entrega los mal llamados avales, el partido es la expresión organizada de una doctrina y es mas una “actitud que un nombre”. Sin su fortalecimiento, que en las circunstancias actuales pasa inevitablemente por un proceso de consenso, es imposible mirar el futuro con optimismo. Si este consenso solo queda en una figura retórica y no se convierte en una realidad en todos los espacios del partido, este será un experimento mas de los que la historia de Colombia tiene varios ejemplos de fracasos.

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