Urbanidad en clave política

"Los buenos modales son, para las sociedades en particular, lo que la buena moral para la sociedad en general: su base y su seguridad." Lord Chesterfield

Hace muchos años tuve el agrado de trabajar como profesor en el Gimnasio Campestre de Bogotá. En una ocasión un estudiante cometió una falta que ameritaba ser llevado ante el Rector. Enfrentado el joven ante una autoridad admirada y respetada le preguntó el Doctor Alfonso Casas Morales (q.e.p.d.): “Lo que usted hizo señor… ¿es la conducta de un caballero gimnasiano?” “No señor.” “Bueno, entonces ya usted sabe lo que tiene que hacer,” fue la sentencia. Era un concepto de formación basada en el honor de las personas. Como eso ha ido desapareciendo, a muchos les cuesta trabajo entender el concepto y la vivencia del honor militar. Es lo único que tiene el patriota honesto. Al igual que muy pocos entienden y practican en el congreso el título de Honorable.

Me llevaron a escribir este artículo, tres eventos, uno de ellos peligroso y actual: La entrevista de Abelardo De la Espriella con Vicky Dávila en la W, en donde el caballero español de la mesa de trabajo, Don Rafael Manzano, se ‘despelucó’ con De la Espriella ante su insistencia de descalificar los argumentos del abogado y la defensa conceptual de una posición difícil, aunque legal, sobre la dictadura venezolana. El momento cumbre del debate fue cuando De la Espriella dijo: “Don Rafael Manzano, se me cayó usted del pedestal en que lo tenía.” Respondió Rafael la estocada con: “Lo siento.” Y De la Espriella, creo que dolido al igual que Manzano, dijo: “Yo también.” Me invadió una gran tristeza al ver a dos prohombres distanciados por falta de urbanidad y prudencia. De igual forma, el ‘caballeroso’ Humberto De la Calle se degüella así mismo con su campaña de la valeriana. Y la ‘inefable’ Claudia López con su falta de gallardía al calumniar por la radio amparándose en una supuesta inmunidad parlamentaria. Antes de iniciarse en la Wla controversia planteada, prometió Vicky Dávila que estaría caliente y así fue. ¿Era ese el propósito de un debate para alcanzar rating, o era de verdad el intento de orientar en un tema difícil? ¿Es la urbanidad de derecha o de izquierda?

También me llevó a escribir la prometedora carátula de Semana. “¿En qué momento se acabó la ética en Colombia?” preguntaba la revista. Me metí esperanzado en las respuestas de respetados economistas, un historiador, varios juristas, un filósofo, pero ningún pedagogo ni especialista en bioética. Me dieron una buena descripción de lo que pasaba con las razones de los diferentes escenarios de corrupción, pero al llegar a la pregunta 10, la de las soluciones, hablaron de campañas culturales y me quedé viendo un chispero. Plantear el problema de la ‘desaparición’ de la ética en una vorágine de corrupción ¿No era ya muy tarde siendo que esa conciencia de lo bueno, malo, permitido, y lo que no lo es, se aprende con la práctica, desde la infancia en la casa, el colegio y nuestras primeras experiencias por la cuadra, el barrio, la ciudad? Los pragmáticos recomendarían mano dura con los corruptos y tienen razón; pero tampoco estamos viviendo en el infierno como para no vislumbrar una esperanza y rescatar lo rescatable. ¿Qué debemos recordar y hacer?

Recordemos que la ‘escuela primaria’ del cumplimiento de la ley es el acatar la norma escolar o la regla hogareña. Mediante ellas aprendemos a cuidar instalaciones propias, ajenas, y el equipo escolar. Nos enseñan a respetar y ser respetados por compañeros, maestros y superiores. Ese aprendizaje se trasfiere a calles y sitios públicos, siendo corteses y amables, usando las canastas de basura, ayudando a las personas mayores, manteniéndonos lejos del vandalismo, haciendo filas, etc. Y al llegar a casa cumpliendo con nuestros deberes por amor a nuestra familia, no por obligación. Ese aprendizaje, que es la urbanidad, crea nuestro primer sentido del valor individual y social como persona útil y respetable, no importa cuál sea nuestro estrato, para no aceptar la mentira, entre otras cosas. Quien así procede sabe urbanidad; es decir, sabe vivir en comunidad. Una comunidad con urbanidad es agradable, amable, respetuosa. ¿No han sentido eso en los pueblitos que guardan viejas tradiciones? ¿No la ve ausente en muchos debates radiales, del congreso, la TV, columnas de periódicos, comentaristas, las redes, las vidas particulares, en las actitudes de personajes?¿Aceptaría una comunidad educada en la urbanidad ser representada por alguien mentiroso sin virtudes ciudadanas?
Ya en la secundaria cuando sabemos leer, escribir, pensar, discernir, argumentar, pasamos de la norma a nuestro primer contacto con la ley, a través del Manual de Convivencia. Y quizá empecemos a considerar la opción de ser políticos con ética. Para ello lo primero que debemos interiorizar es que tenemos deberes y derechos como jóvenes para ayudar y respetar; que los derechos humanos se resumen en el derecho a la vida y la igualdad; que las normas básicas de convivencia son el civismo y la urbanidad.

En el colegio vamos a tener que comprender, evaluar y mediar los conflictos que se presenten al interior de los estamentos de la comunidad educativa; será nuestra primera experiencia con el concepto de gobierno y autoridad. El rector es el presidente; los coordinadores serán los ministros; los representantes de profesores, padres y alumnos serán los que avalen o critiquen el desempeño gubernamental y comunitario. Los diferentes ‘consejos’ harán el papel de las cortes. Así, entre todos se conforma el gobierno escolar de una comunidad de padres y estudiantes que confían en ser dirigidos hacia la capacitación efectiva para el progreso espiritual y material. Me parece que en todo este proceso hay un excelente aprendizaje de ética ciudadana. Ahora bien ¿No facilita ese tipo de cultura la asimilación y mantenimiento de normas éticas y morales?

No tener en cuenta la realidad educativa del país es parte del problema. Si usted compara un Manual de Convivencia con la Constitución encontrará que la diferencia es que el Manual se rige por normas que obligan a esa comunidad y las Constitución se orienta mediante leyes. En un Manual hay: reglas de comportamiento o urbanidad para los diferentes escenarios e instancias; normatividad sobre derechos, deberes y garantías; acciones, debido proceso, faltas; la estructura del gobierno escolar; la evaluación y disposiciones sobre la institucionalidad. Es decir, es el primer compendio político serio y responsable que debemos aprender a conocer, manejar, poner en práctica. La escuela es nuestra primera experiencia de democracia. ¿Reciben los manuales de convivencia el mismo bombo que se le a la constitución? ¿Puede cualquier aparecido llegar a cambiar el Manual de Convivencia? ¿No le caen las autoridades al colegio cuando no tienen uno, o no lo utiliza adecuadamente? ¿Qué está pasando en este momento en el escenario constitucional de los mayores?

Entonces si queremos ser alguien de éxito, recordado, respetado, seguido, ¿Qué tal si antes de entrar a nuestro primer cargo público nos enseñaran, repasaran o procuráramos asumir por nuestra cuenta las directrices de civilidad contenidas en los manuales de convivencia y las siguientes reglas básicas de urbanidad que se le deben enseñar a los niños y jóvenes escolares? Veamos la orientación de comportamiento publicada en agosto 6 de 2009 por Sinalefa.

1. Respetar al otro como un otro: su carácter, su amor propio, sus opiniones, inclinaciones, caprichos, costumbres, etc., aunque las consideremos defectos. El respeto da un paso más que la tolerancia.
2. Escuchar, más que hablar: descubrir quién es el otro, qué quiere, qué piensa. No dirigirse a él como si fuera una proyección de nosotros. Hablar sin descanso es una descortesía hacia los demás, y además revela cierto egoísmo.
3. Comprender, antes que juzgar: no odiar al otro ni hablar mal de él ante otros por lo que creemos que son sus defectos. Siempre es mejor preguntarse: ¿qué hace que la persona que nos molesta actúe de la forma en qué lo hace? Así, será más fácil que comprendamos y más difícil que odiemos.
4. Pensar antes de actuar o de hablar: elegir siempre la mejor oportunidad, no ser imprudente. Evitar palabras molestas, observaciones poco delicadas, descorteses o demasiado personales.
5. Ser discreto: no hacer preguntas que nos hagan parecer excesivamente curiosos, ni divulgar los secretos que otros nos han confiado. De lo contrario, nos ganaremos que nadie confíe en nosotros.
6. Adecuar el discurso a los conocimientos del otro: evitar hacer comentarios sobre historia, ciencia, cultura o arte cuando no se conoce el grado de conocimiento de las personas que escuchan.
7. Adecuar su tono emocional a la situación del otro: percibir cuál es su estado anímico y, según eso, decir lo que sea apropiado.

Tratar a los demás como nos gustaría ser tratados.

Con la práctica anterior la urbanidad dejaría de ser la nostálgica mención del texto de Carreño. Ahora describiré lo contrario de esas reglas sencillas y usted me dirá a qué escenario se parecen: Irrespetar al otro, no dejar hablar a su oponente, juzgar sin pruebas, chismorrear; ser indiscreto, presumir con los conocimientos e información; ser insensible con la situación del otro; tratar mal. ¿No es eso lo que estamos llamando violencia verbal y polarización?

Ahora bien, como soñar no cuesta nada, imaginemos entonces una administración pública con un ambiente resultante de la urbanidad. ¿No sería el primer antídoto contra la corrupción y otros males? De entrada se establecería un control social ético de alta calidad. ¿Se atrevería usted a proponer algo indebido ante quien funge como una dama o un caballero? No lo creo. ¿Se ‘liberaría’ usted en la universidad para dárselas de irreverente o guache siendo que la sociedad premiaría todas las virtudes que van con la caballerosidad?

Sigamos soñando: ¿Qué tal que algunos, por caballerosidad con la dama, pagaran las cuentas? ¿Cedieran el asiento en trasnmilenio? ¿Ayudaran a la mujer o al anciano a bajar del bus? ¿Y si abriera usted la puerta a sus compañeras de universidad?

Y no dejemos de soñar que al fin y al cabo La vida es sueño. ¿Qué tal que en la oficina las damas fueran discretas, responsables, listas, educadas? ¿Qué tal divertirse de manera apropiada sin escándalos? ¿Comportarse en todo momento de acuerdo con la situación; respetar a los demás; dejar el coqueteo para los momentos fuera de la oficina, sin dejar de ser simpáticas amables con todos?

¿Y qué tal si los señores valoráramos a las esposas, madres, novias, como personas, profesionales o empleadas? ¿Y en la intimidad fueran respetadas, amadas, mimadas? Hacerles regalos porque sí, hacerlas reír, ayudar en las labores de la casa; llorar con ellas, perdonarse las tonterías, preguntar cómo se sienten. ¿No sería ese hombre el héroe de la casa? ¿No lo respetarían los hijos, o lo admirarían los amigos de la novia, su familia? ¿No se convertiría en el partido envidiable como cualquier príncipe? ¿Habría violencia intrafamiliar? Estaríamos entonces de acuerdo, amigos y amigas, que el primer paso del amor no serían las flores, las serenatas, las invitaciones, sino la urbanidad y la civilidad que son el fundamento de las buenas costumbres. ¿Y sería un imposible el intentar llamar a Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Tunja, etc., “La capital de la cortesía” para que de pronto llegáramos a ser el país mejor educado?

Porque la falta de urbanidad es muy conveniente, sale barata. La descortesía, la desatención abren la puerta a la práctica de la insensibilidad, del compromiso para estudiar, por ejemplo, debido a la descortesía o desconsideración con los padres. Fomenta el anonimato moral del desentendido sobre las necesidades de usuarios en las instituciones públicas o privadas. Atenta contra la solidaridad con los vecinos, la familia. Por eso me pregunto sobre el dichoso post conflicto: ¿Si no hemos sabido convivir con amigos y conocidos estamos preparados para las dificultades que puedan surgir de comportamientos desconsiderados cuando de pronto nos encontramos en un escenario mayúsculo como puede ser convivir con enemigos? Me parece que la ‘gerencia’ del post conflicto se olvidó de la urbanidad.

¿Qué estamos viviendo en este momento? Una confrontación, un conflicto, de ideas e intereses entre las Farc y el 97% de los colombianos que afecta al país. Pero el aceptar que la falta de urbanidad es normal, no nos permite CALIBRAR cómo se camufla el peligro actual.

El presidente Ejecutivo de la Fundación Centro de Pensamiento Primero Colombia, Gonzalo Guarín, recordó en reunión reciente del Centro Democrático que “en 1995 se reunieron todos los partidos comunistas, las Farc y el Eln en Sao Paulo (Brasil) y definieron cinco proyectos específicos para Colombia y los cumplieron. El cuatro punto de ese acuerdo fue: “tomarse un personaje en Colombia para aplastarlo y ponerlo como un riesgo para el país y que ellos se muestren como los salvadores.” Todo el antiuribismo se basa en esa estrategia que se toma como normal en la lucha política. ¿Pero por qué se toma como ‘normal’? Porque la ausencia cultural de la urbanidad, aunque nos disgusta, no nos permite diferenciar un cáncer de piel de sus características parecidas. Pero una persona informada sabe que una minoría, aparentemente inocua, fue la que originó la desastrosa experiencia del comunismo en la URSS, China, Vietnam, Cuba, Venezuela. Seguimos engañados pensando que las Farc son una minoría inofensiva porque hablan de paz, pero quieren el poder; que el cinismo con que lo anuncian es de gente ‘mal educada’ y como tales no les paramos bolas porque estamos acostumbrados a la mala educación. ¿Pero qué pasa en una comunidad escolar cuando hay conflictos y CÓMO LOS MANEJAMOS? Veamos.

En un colegio estamos obligados a seguir normas de urbanidad, así la materia no se estudie como tal. Tenemos conflictos sobre notas, tareas, compromisos. ¿Qué los causa? Falta de información para toma de decisiones.

Es lo mismo que ocurrió en el escenario político de La Habana. ¿Pero cómo se dirime el conflicto escolar? Con transparencia. ¿Ha habido urbanidad y civismo en el reclamo público y en los argumentos del gobierno? No. Porque en la vida adulta, pública, hemos aceptado la violación de las reglas de civilidad y urbanidad. ¿Qué pasaría en un colegio si usted, sin ninguna prueba, llamara al rector paramilitar en público? Lo expulsarían. ¿Y por qué le parece normal que lo mismo ocurra en el ámbito político y nada pase?¿Seguirá la situación? ¿O es que no aprendimos nada en el colegio? Si su lógica se siente incómoda profundice en cuál será el motivo. Es sencillo: ¡LA MENTIRA NO SE ADMITE SOCIALMENTE EN EL ÁMBITO EDUCATIVO, SE SANCIONA! La verdad ha perdido su poder lógico, en la vida adulta. Por eso la mentira es devastadora en los niños y adolescentes. Su mundo se les derrumba.

En una comunidad educativa el conflicto de intereses se presenta entre necesidades no compatibles o percibidas como tales. Ejemplos: las drogas recreativas son incompatibles con un ambiente escolar ¿pero qué sucede cuando se argumenta el libre desarrollo de la personalidad? Quizá el pelo largo de los jóvenes no sea incompatible con el proceso de aprendizaje ¿pero podría serlo con una imagen institucional que se quiera proyectar, por ejemplo, en un colegio militar o de alcurnia? ¿Cómo se resuelven esas incompatibilidades? Mediante el debido proceso, el diálogo, el acuerdo REAL, SIN ENGAÑOS. Pero ¿Se puede resolver mediante ese mismo sistema la incompatibilidad entre capitalismo y un grupo terrorista beligerante? ¿Qué nos dice la historia? Por el momento no se ha resuelto. Lo que parecerían ‘soluciones’ al conflicto colombiano, en realidad son estrategias mentirosas para la toma del poder, según se expuso en el reciente encuentro del CDen Duitama y Sogamoso.

Transfiriendo ese aprendizaje escolar a la sociedad ¿cómo afrontamos los conflictos de valores, roles, relación? ¿Cómo se defienden las ideas, mediante las armas, los argumentos honestos o el engaño? Juzgue usted cómo se está llevando a cabo el proceso de paz si para resolver un conflicto se requiere:

1. Saber pensar y exponer las argucias y falacias del oponente, señalándolas como errores de pensamiento, sin descalificaciones.
2. Presentar hechos y pruebas al defender una opinión.
3. Asumir culpas y responsabilidades.
4. Exponer las ideas con claridad, coherencia, concisión, precisión. Evitar la verborrea.
5. Buscar el diálogo.
6. Conservar la calma; no renunciar a principios y valores; diferenciar entre lo negociable y lo que no lo es.
7. Los argumentos esgrimidos deben tener fundamentación utilizando citas que reflejen autoridad teórica sobre el tema. 
8. La Diversidad de argumentos deben tener una línea definida y responder a la pregunta de lo que se debate.
9. Finalmente hay que tener capacidad retórica, es decir la habilidad para deleitar, conmover, persuadir, convencer. 

¿Por qué lo anterior es importante? Porque peor que la derrota en el campo de batalla lo es en el terreno ético y moral, ya que en esa derrota se entrega el liderazgo, se entrega la esencia de la vida. ¿Y cómo entregó la sociedad el liderazgo de la discusión sobre el proceso de paz? Cuando alguien dijo: “Yo prefiero a los guerrilleros echando lengua en vez de bala” y otro loro inteligente cambió lengua por ‘carreta’ y el loro seguidor se tragó el cuento y le agregó congreso. Pues al haber estado repitiendo ese mensaje se está influyendo para que el escenario de debate nacional no sea serio, sino un show; ese escenario comprende: medios, congreso, conversaciones privadas de empresarios y familias; intercambios entre amigos, en las redes, etc. Y entonces Semana hace negocio con sus carátulas, preguntándose por la apatía y la desaparición de la ética.

Pero esos guerrilleros ya están en el congreso, no echando lengua precisamente, sino como parte de un plan bien pensado y la entrega del liderazgo es tan evidente que hoy se ve como natural que Maduro insulte a Santos declarándose su padre; que Santos acepte el insulto y se escude en Colombia; que todo eso sea normal . Y no nos sorprendemos aquí porque en otros andurriales Duterte le mentó la madre a Obama y nada pasó. Sencillamente estas personas no tienen la más remota idea del honor y el respeto, pretendiendo representar a un país. ¿Y por qué no impacta a la opinión pública? Porque la noticia del nuevo escándalo ha remplazado la vieja verdad necesaria de lo que expone Lord Chesterfield en la cita que encabeza este escrito.

Pero también la urbanidad política tiene un límite, cuando se utilizan los buenos modales para imponer una idea inmoral, para ofender a un país de manera sutil o descarada; o cuando mediante el tono diplomático se busca impedir una acción contundente y necesaria porque estamos en grave peligro, como ocurre en Venezuela y fue el origen del desacuerdo entre Rafael Manzano y Abelardo De la Espriella. O cuando se utiliza la simpatía para que bajemos la guardia política. Seríamos unos tontos al admitir esa seducción cuando está de por medio la amenaza de la toma del poder. Así, cuando se pasa la línea de la ofensa, la intención peligrosa, o el tenebroso complot, el estilo educado no puede salvaguardar al ofensor de las consecuencias desagradables o necesarias que impone la ley, la sanción social o la crítica contundente, documentada y certera.

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