Carta a los patriotas del Centro Democrático

Para la campaña presidencial del 2002 Álvaro Uribe Vélez representaba un pequeño porcentaje de opinión, escaso y valiente; odiado por la izquierda, bloqueado por los intereses electoreros del liberalismo en cabeza de Horacio Serpa. Sin embargo cuando su causa tuvo éxito, muchos se subieron al tren de la victoria. Encarnó la osadía de desligarse de un partido porque se identificó como patriota y asumir ese riesgo cuesta.

En el 2017 ese concepto del más alto valor moral y ético vuelve a tener vigencia al tener en cuenta los sucesos de los últimos siete años, lo que nos ha llevado a un serio momento de reflexión que queremos compartir con todos. Creemos que apelar a medidas o acontecimientos extraordinarios que vayan a modificar nuestra existencia no es el único medio de cambiar lo censurable frente a este gobierno, sino que nuestra existencia como colombianos, a través de una profunda toma de conciencia de lo que significa ser un patriota con dignidad, debe dejar de ser vivida superficialmente en bien de nuestra patria y las generaciones por venir. Necesitamos comprometernos con la transformación positiva del país.

A un pájaro le duelen las alas recortadas; a nuestra patria le duele ver mermada una vida democrática que nos inspire a emprender auténticos desafíos por la convivencia, una vida que reclamamos no por infantilismos políticos del momento o ambiciones electorales, sino porque sentimos que ese delirante querer completa nuestra verdadera condición de colombianos. Somos hijos de la vida que inhalamos a cada momento; y esa vida, nuestra maestra esencial, no se impone con despotismos de exigir un estilo o un pensamiento a los demás, sino que ese fluir generoso es el que debe inspirar nuestras acciones, así como alimenta el aire todo lo creado. Eso es ser un colombiano de calidad, alguien que nutre, no que despoja. Así debe ser un miembro o un candidato presidencial del Centro Democrático, que no pretende cambiar concepciones ni costumbres, sino que simplemente invita a que vivamos juntos el gozo de transformarnos y ser mejores seres humanos.

Sostenía Goethe que lo importante no es decir cosas nuevas, sino cosas verdaderas; y, por otra parte, afirmaba Jules Romains que lo más fuerte que había en el mundo era pensar con energía y actualidad en las viejísimas verdades de las que el hombre vulgar estaba cansado. Pues bien, hemos redescubierto una verdad sencilla: es posible engañar a los demás, pero es imposible engañar a nuestra propia alma; quien lo logra paga con la locura y el caos interior. ¿Y qué estamos haciendo? ¿Cuál es la razón profunda de los problemas de Colombia? Creo que nuestra patria huye de sí misma; es decir, no enfrentamos con valor nuestras fallas para asumir ese heroico destino que nos enseñó a liberarnos y ser ejemplo de libertad para otras naciones. ¿Creemos acaso que haber nacido en Colombia es un evento estadístico del azar? No. Porque fuimos engendrados en amor para que esta tierra no nos acortara esa pasión para lo mejor, para que nos enorgulleciéramos de vivir aquí, en este hermoso país. ¿O es que no le creemos a los extranjeros que nos lo dicen a diario? ¿Podremos echar a un lado ese compromiso de amor con nuestra tierra?

Dice un viejo adagio que cuando el diablo no está en forma, pone desorden en lugar del orden. Pero que en plena forma sustituye el orden legítimo por otro espurio que se le parece. Lo cual nos pone ante el dilema de distinguir lo falso de lo verdadero en toda organización y en las circunstancias que se van dando. También nos atenemos a una tradición muy sabia que nos enseña a conocer por los resultados de una acción; y si los frutos que cosechamos son los de una vida patriótica de elevación, adquisición de saber, fraternal esparcimiento y productividad, habremos escogido entonces el orden real y verdadero que conduce a la civilización.

Escoger, he ahí el dilema. Habiendo llegado de diferentes vertientes políticas, y basados en la confianza que inspiran los ideales que fundamentan nuestra civilización, escogimos ser miembros del Centro Democrático; y ya en el CD, conociendo su estructura, disciplina y el liderazgo de Álvaro Uribe Vélez, seguimos escogiendo el permanecer fieles a nuestros más caros ideales y relaciones. Esa es nuestra libertad: escoger ser mejores. Creemos que el mundo político actual no ofrece, como lo hace el Centro Democrático, esa oportunidad tan diáfana de renovación y compromiso con la excelencia.

Pero tenemos que asumir que esa excelencia no se da con el simple repetir que lo somos; pues la excelencia es una cualidad inalienable del espíritu que no se puede fingir. Por eso tiene el poder de afrontar y vencer nuestras limitaciones y confrontar las de los otros. Esa es la responsabilidad intransferible de todo hombre de verdad, la que no puede postergarse ni falsearse. Es lo que nos exige nuestra patria en este momento.

Porque somos excelentes, no podemos aceptar que somos primos del mono, sino hijos de Dios. El animal no ejerce la libertad que nos lleva a la excelencia porque no puede mejorarse a sí mismo; su evolución está encomendada a la inconsciencia de las leyes naturales; el hombre paga el precio de su autoconciencia con el deber de usar esa libertad para superarse. Es una ley que no podemos rehusar porque seremos sobrepasados por esa parte de nuestro ser que no hemos querido realizar.

Por ese motivo, cuando dejemos de mirar las miserias interiores de nuestra patria, nos enriqueceremos; pero este no es un mirar de los ojos porque estos fueron hechos para ver “lo otro”; hablamos del mirar del alma que es un sentir y saber que nos da certezas, que nos permite comprender desde lo más profundo de nuestro ser la tragedia del otro; es decir, que lo que nos limita no son las circunstancias, sino lo que pensamos, sentimos y creemos de nosotros mismos y, sobre todo, lo que no hemos realizado. Debemos expandir nuestra influencia positiva más allá del círculo de nuestros amigos, de nuestra ciudad, país, pues hoy somos ciudadanos del mundo.

El hombre débil tiene problemas; el fuerte aporta soluciones. La tradición universal del hombre verdadero tiene las respuestas y tenemos una tremebunda única escogencia: vivirlas. Las respuestas existenciales del Centro Democrático son: la exigencia de autenticidad, persistencia en la democracia, trabajo duro y desinteresado, valor y compromiso con el país que son las que hacen posibles la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social. Es lo que le da fundamento a nuestra credibilidad como partido. Y estas no son experiencias nuevas porque son eternas y verdaderas; se han buscado como signo de legitimidad humana en las agrupaciones de todas las épocas. Fue lo que identificó a los primeros cristianos que le han dado fundamento a nuestra civilización. Estamos aprendiendo a vivirlas. ¿Cómo? Pensando, meditando y poniendo en práctica todos esos ideales; es todavía una actividad imperfecta; porque nuestros pensamientos sobre la cohesión social, por ejemplo, no son la fraternidad universal que buscamos, pero persistiendo en ese pensamiento sobre la unión de las personas y llevándolo hasta sus últimos límites, agotando ya el razonar y el sentir, se destila entonces la esencia del amor, su conciencia sin interpretaciones ni condiciones políticas nacidas de superficiales acuerdos; libre y dispuesta entonces como el agua refrescante a verterse gozosa en los vasos vivos y sedientos que somos todos los seres humanos.

Sentiremos entonces lo que es el Agua de Vida porque nos llenará de júbilo el pensar en esa Patria Nueva, al sabernos creadores de esa verdadera conciencia de paz y fraternidad dentro de nosotros; y esa elevación es el verdadero espíritu humano libre que no se puede disfrazar de ‘Acuerdos de Paz’ ni de sermón de reconciliación, porque surge de nuestro ser auténtico, dándonos ese poder ético y moral para hablar de la verdadera paz que surge de nosotros sin manipulaciones ni imposiciones. Sabremos entonces lo que es levantarse del ataúd del conformismo y el miedo, del engaño y la maledicencia, porque habrán pasado para no volver, ya que nos habremos realizado como individuos y comunidad. Esa es la fuerza que nos permite servir; ese es queridos miembros del Centro Democrático, el futuro que a tientas y con valor estamos tratando de construir. Parecería un ideal inalcanzable para este inmediato futuro, pero el individuo puede lograr lo que a los grupos les toma un largo tiempo.

No puedo proponer soluciones no vividas; estarían en desacuerdo con las leyes de la voluntad libre, pues tenemos que entender y sentir que algo es bueno, posible y desearlo de veras para que nos movamos hacia su logro. Solo sabemos que una gota concentrada y persistente puede horadar la roca; y que un pensamiento enfocado en cualquier dirección, puede lograr imposibles. Pues bien, les invito a una meditación especial; pero entendámonos en esto; no debe ser para nosotros meditación sinónimo de adoración, deseo, aspiración y devoción; sino un compromiso de pensamiento claro, síntesis, alegría, trabajo y sacrificio que planteen la cuestión de nuestros retos ganadores para una campaña presidencial a la luz de nuestra más alta tensión intelectual para extraer la respuesta, la solución a nuestras necesidades, de las profundidades de nuestra alma, nuestra corta vida de partido inspirada en la filosofía perenne que ha alimentado el verdadero progreso del hombre. Los votantes auténticos saben captar ese espíritu y estilo y son muchos los que se han marginado porque no lo han visto.

Dicen que Dios hizo el mundo en siete días. Los miembros del Centro Democrático debemos ser los hombres y mujeres del octavo día, es decir, los que creándonos a diario, continuamos la creación de nuestra patria. La lucidez de vivir ese heroico destino nos vivificará y abrasará como el sol.

Reciban, queridos miembros y amigos del Centro Democrático, un fraternal abrazo y saludo navideño, desde lo más profundo de nuestro sentir.

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