¿MASACRE O CONFRONTACIÓN?

Dos premisas: 1, ningún partido político puede ser ajeno a la historia del país en el que actúa y, 2, los militantes de un partido no tienen que coincidir, necesariamente, en la apreciación de los hechos históricos y en la valoración de sus protagonistas. Dicho esto, entro en materia.

Cuando aún existían los partidos liberal y conservador en Colombia, lo común era que los liberales levantaran altares a Santander y los conservadores a Bolívar. Esos cultos se acabaron. Ya hay tanta información y es tan asequible, que desaparecieron el Bolívar y Santander icónicos. Cada acción u omisión de los protagonistas de la historia se estudia por separado, con lo que no nos queda un liderazgo siempre bueno o siempre malo, sino relativo a las circunstancias de modo, tiempo y lugar. Bolívar es objetivamente grande en Cartagena, cruel en la “Campaña admirable”, genial en Jamaica, inconsistente en Bolivia, desvalido y derrotado en Santa Marta… Santander, por su parte, en fin…

El Centro Democrático no es liberal o conservador.  Se reconoce, sí, en el legado histórico de esos partidos. Defiende sus contribuciones a la formación de nuestra nacionalidad y es crítico con sus errores. Un momento crucial de nuestra historia fue el final de la década de los veinte del siglo XX y el comienzo de los treinta: en 1928 ocurrió la “huelga de las bananeras” y su final abrupto con la orden de dispersión de los trabajadores a sangre y fuego; todo 1929 estuvo signado por la agitación de los jóvenes congresistas Jorge Eliecer Gaitán (liberal)  y Silvio Villegas (conservador), quienes encabezaron las movilizaciones ciudadanas contra la corrupción –particularmente de la administración de Bogotá-; y 1930 fue el año del triunfo de la coalición liberal-conservadora encabezada por Olaya Herrera.

Al Centro Democrático no le interesa defender los últimos años de la gestión del presidente conservador Abadía Méndez. Objetivamente fueron catastróficos. Al contrario, el discurso histórico político de Álvaro Uribe tiene mucho fundamento en el discurso modernizador de tres de los artífices de la derrota gobiernista y del triunfo de una coalición nacional: Carlos E. Restrepo (conservador), Olaya y Gaitán (liberales).

Uno de los peores lastres de la política de Abadía fue su manejo de la “Huelga de las Bananeras”, del conjunto de las reivindicaciones de los trabajadores, de las justísimas reclamaciones de los habitantes contra el “apartheid” que practicaba la United Fruit Company. Nuestra posición no se basa en la propaganda comunista de la época ni en el reconocido mito ‘macondiano’ de García Márquez. Una fuente que consideramos objetiva es la investigación de los hechos adelantada en el propio escenario, febrero de 1929, por el representante a la cámara liberal Jorge Eliecer Gaitán. También son fuentes creíbles los periódicos conservadores y liberales de la época. De todo ello se desprende, primero, que no había tal “cerco de silencio antidemocrático” y que la verdad sí se podía conocer –contrario a lo que alegan los comunistas- y, segundo, que sí “hubo masacre de trabajadores” aunque quieran negarlo algunos despistados.

Es obvio que no fue la masacre de 3 mil trabajadores. El propio García Márquez reconoce que esa es una desmesura propia de su lenguaje literario, tal como lo explica juiciosamente el ensayista de ideas y militancia conservadora, Eduardo Posada Carbó en La Novela como historia: Cien Años de Soledad y las bananeras.

El historiador Herbert Braun, en Mataron a Gaitán, describe la investigación que el joven político Gaitán hizo de los hechos y el debate parlamentario que adelantó (o el “no debate”, puesto que “todos sus oyentes sabían que el gobierno y el ejército callaban porque no tenían como refutarlo”). Gaitán aseguró que los muertos fueron unos doscientos. El propio general Cortés Vargas escribió su defensa y reconoce haber dado la orden de disparar, aunque intenta justificarla como una orden “legal y justa”.

Por último, intentar construir un estado de “confrontación de dos actores armados” para deconstruir el concepto “masacre de trabajadores” realizada por soldados del ejército, es la cosa más artificiosa que pueda ocurrírsele a alguien. La única fuerza política que se confrontaba con el gobierno conservador era la pacífica alianza conservadora-liberal que terminó eligiendo a Olaya. El partido socialista, que, efectivamente estuvo al frente de la organización de la huelga, era una fuerza política marginal y sin ninguna posibilidad insurreccional. En la época, los socialistas ni soñaban con armar guerrillas como las que después crearon los comunistas en los años sesenta. Lo comprueba una carta de la Internacional Comunista, enviada en febrero de 1929 a los “camaradas de la dirección”, en la que critican al socialista Ignacio Torres Giraldo, por haber escrito que “el gobierno hubiese debido ocupar la posición digna de conciliador “imparcial””, lo que califican como “una concepción liberal completamente falsa”, según informa Klaus Meschkat en Liquidando el Pasado, Klaus.

No hubo “confrontación armada”, porque los trabajadores, simplemente, estaban “esgrimiendo” un papel con diez puntos, es decir, un pliego de peticiones. Y reconocer ese hecho no es denigrar de Colombia. Nuestro ejército, en aquella época, no era peor que el ejército de España o que la Guardia Nacional de los Estados Unidos y era muchísimo más civilizado que las fuerzas armadas de Alemania.

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