Memorando a los mandos militares de parte ciudadana

Escribo desde el asfalto. No tengo cargo oficial o privado. Soy un ciudadano de clase media a quien mi universidad dio el título de abogado. No fui soldado bachiller por un defecto en mis rodillas, en época donde ese tipo de contingente cumplía su deber en la Guardia Presidencial, del entonces jefe de gobierno, el General Rojas Pinilla.

Digo lo anterior porque he visto a los soldados de mi patria combatir a los forajidos, remanente de bandoleros, que quedó de la guerra civil entre conservadores y liberales (godos y cachiporros, calificación al uso de entonces, 1950 aproximadamente). Mejor aún fue su desempeño cuando aparecieron las guerrillas de “liberación nacional” articuladas a la revolución cubana, 1959, Fidel Castro y Ernesto “Che “Guevara, que nos embrujaron a todas las nuevas generaciones latinoamericanas, “expertas” en combatir rudimentariamente las dictaduras militares por lo general (sic).

Las Fuerzas Militares Colombianas se prepararon y apertrecharon para la guerra de guerrillas y el pueblo, cobijado por sus fusiles, al mando de generales que solo se retiraban por la edad. Salvo excepciones, coroneles y generales se jugaban su espada de honor, con las botas puestas en el terreno. Salieron de los cuarteles, formaron la aviación del ejército que enfrentaba la guerrilla con mayor rapidez que la FAC, modificaron en la Armada que no solo estuviera en el agua salada de los mares, sino en el agua dulce de los ríos fronterizos, mejoró los ojos y oídos de la inteligencia táctica y estratégica y dejó a los subversivos en las puertas de la derrota que los obligaría al asilo venezolano o a rendirse. No tenían las Farc, en ese momento, otra alternativa. Hasta Fidel Castro les aconsejó dejar el camino de las armas, las armas que les era más fácil de obtener por el tráfico y producción de la cocaína. Pero apareció un salvador, un bondadoso caballero de la conciliación que abajó la ofensiva de las fuerzas armadas constitucionales y tranzó.

Para ser coherente, Juan Manuel Santos, llegó a un acuerdo con las Farc en el cual Colombia cambiaba su Constitución Nacional por una entrega armas, la desmovilización y la creación de un partido fariano. Mientras eso ocurría, militares activos y de la reserva se contagiaron de las intenciones de la guerrilla, hicieron migas y amigas. Para adecuar las Fuerzas Armadas colombianas a la “paz” santista, cambiaron la doctrina por el Plan Damasco, camino bíblico que responde a la respuesta: “Pablo ya no persigue a la FARC. Se convierte en su protector”. Han pasado cuatro decapitaciones de la cúpula de la Fuerza Pública para rellenarla con generales adaptados y adictos al Presidente. Que obedezcan al Jefe de Estado, esto es respeto a la ley. Pero que desmantelen ideológica y materialmente a los ejércitos constitucionales es una peligrosa política para la existencia de la nación. Desbarataron el aparato de Inteligencia, les mermaron las partidas presupuestales para mantenimiento de los aviones, las lanchas, los submarinos, los transportes terrestres. El pertrecho de municiones de cada soldado a la mitad. Los coroneles dados de alta porque ya no los necesitan. En fin, faltan muchos datos secretos que solo los conocen quienes lo sufren.

¿Quién nos defenderá del ELN cuando se rompan los valsecitos criollos en el Ecuador? ¿Quién vendrá en nuestro auxilio cuando Nicaragua invada las aguas territoriales que le regaló La Haya? ¿Quién defenderá la frontera con Venezuela el día en que la locura del paranoico Maduro nos amenace o invada por la Guajira o por la Orinoquia? ¿Quién culminará la derrota o el sometimiento de las bacrim? ¿Quién se avergonzará de las genuflexiones del generalato a un Presidente que destruyó la Constitución Nacional?

Santos y el alto mando militar nos dejan un “posconflicto” que se comporta como el conflicto inmanejable por los cultivos de la coca, por las divisiones de la guerrilla, por el surgimiento de nuevos grupos armados, por el establecimiento de la JEP que prolonga el conflicto en los “estrados judiciales” por quince años. Y porque las víctimas y los desaparecidos han sido escondidas en el olvido.

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