La Comisión de la verdad “verdadera”

“Después de agua derramada, no hay quien la recoja”. Durante cincuenta y más años, la violencia revolucionaria enfocada a derrocar el gobierno, a acabar con las estructuras del estado, a reemplazar a los ciudadanos libres por militantes y milicianos fanáticos, a suplantar el trabajo productivo por el ocio o el paternalismo del partido único que se traga la plusvalía colectiva. En fin, luego de tanto tiempo de atrocidades, una severa y misteriosa Comisión de la Verdad, creada por el AF (Acuerdo Final) paralela a la máquina judicial de la JEP, va a comenzar a averiguar “lo que nos pasó”, según las declaraciones de su presidente, el sacerdote jesuita Francisco de Roux, cabeza espiritual de los once comisionados que la integran.

La verdad reposa en los recuerdos de los familiares de los muertos o en las familias desplazadas. En los secuestrados vivos con hondos rencores, o los parientes de quienes quedaron enterrados en la selva. En la memoria de los soldados, policías y oficiales que lucharon por defenderse y defendernos. Igual ocurre con los combatientes de la guerrilla y los patrulleros de las autodefensas. ¿Cuántos de estas víctimas y victimarios han muerto y se ha perdido su testimonio, su verdad? Los guerrilleros ni siquiera recuerdan donde sembraron las minas quiebra-patas o antipersonas. El vacío es enorme. Los únicos que en los pueblos tienen algunos expedientes con datos importantes son los juzgados municipales, inspecciones y hospitales. Pedacitos de verdad arrumados en paquetes encabuyados, mientras los jóvenes bailan reguetón en una esquina despelucada.

La verdad para ser recolectada, como las pruebas judiciales, debe ser fresca y verificable. Por lo tanto no basta que se presenten voluntariamente los sindicados. Se requerirán cientos de peritos e investigadores. ¿No es esolo que debe hacer la JEP para realizar las probables tareas de conocer la verdad judicial? Entonces ¿para qué una Comisión de la Verdad, que dizque es para sanar la sociedad, que no tiene poderes de juzgar ni de imponer sanciones? Lo que se observa a primera vista es una duplicación de parte de las funciones. Un foro solemne para oír cuentos verdaderos y cuentos chimbos de víctimas ciertas y víctimas falsas que pretenden reparación. En el mejor de los casos, mucho llanto y consejos en almíbar confesional.

Además, ¿cuántas “verdades” necesitamos los colombianos para salvarnos de la repetición, si los que “repiten” conforman otras bandas o disidencias? ¿Cuántos años tenemos que cargar la permanente exposición trágica de los hechos que deberían prescribir por el olvido? Como diría David Rieff:”Puesto que la memoria solo pretende rescatar el pasado, para servir al presente y al futuro, apenas sorprende que los ejercicios colectivos de rememoración histórica, se parezcan más al mito, por un lado, y a la propaganda política, por el otro.”

La Comisión de la Verdad quiere apoyarse en la cuestionada oficina de la Memoria Histórica que dirige el historiador Gonzalo Sánchez. Además, el desbaratado acuerdo de paz con las Farc deja un interesante documento, un libro coordinado por Eduardo Pizarro León-Gómez, denominado “Contribución al entendimiento del Conflicto armado colombiano” que contiene los ensayos de doce escritores en donde seis de ellos enfocan su crítica histórica desde la democracia y el estado, y otros seis desde los ángulos comunista ortodoxo y castro-chavista. Este libro será, al cabo de unos diez años, el mejor producto de esta etapa forunculosa.

Acudir a la Comisión de la Verdad va a ser un espectáculo que termine en recriminaciones, en demandas por difamación. También puede ocurrir lo contrario. Pero a sabiendas que la guerrilla y sus dirigentes no han reparado a las víctimas y no han respondido a la justicia penal, los conflictos in situ serán de novela. Se dirá que precisamente para esa queja está la JEP. Entonces no se hagan los autónomos, independientes y puros que en la superficie y en el fondo político e ideológico son los mismos.

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