La terquedad que destruye la reputación de las instituciones

“Hay condiciones de ceguera tan voluntarias, que se vuelven complicidad”. Capítulo 5 de “Cosmopolis” de Paul Bourget.

No acaba uno de acostumbrarse a que personas y organizaciones, educadas y maduradas por años de existencia, sigan defendiendo sospechosamente el extorsivo acuerdo de impunipaz. Pero como la estupidez no tiene barreras y los cómplices de la maldad se incuban incluso entre los doce apóstoles, no debería sorprendernos que las decisiones de las organizaciones o las posturas de sus miembros, terminen minando su credibilidad.

Me refiero hoy a dos, la revista The Economist y el Episcopado Colombiano, que por lo que manifiestan y por sus actuaciones, hacen sospechar que su altura es una falsa ilusión parapetada en logros anteriores y que tienen entre sus miembros a sus peores enemigos.

La revista The Economist, con 175 años de existencia y una de las publicaciones más prestigiosas del mundo occidental por su esfuerzo de ser imparcial, no de ahora ni por el patético publirreportaje político de la semana pasada en el que con una argumentación paupérrima le hacía campaña a un candidato a la presidencia en Colombia, sino desde que empezó el proceso de apaciguamiento extorsivo, ha delegado muchos de sus análisis sobre este país a mamertos de alto calibre que parecen haber sido sonsacados a Le Monde Diplomatique, que repiten como cualquier pasquín comunistoide, las consignas de los delincuentes disfrazados de rebeldes y ahora de senadores. En el artículo de la semana anterior llamado “The faulty front-runners for Colombia´s presidency”, que parece dictado por los habaneros de la Calle y Jaramillo, se evidencia una “selectiva ignorancia” de este país, de la peligrosidad de las 312 páginas del nefasto acuerdo de impunidad, y especialmente del sentir de la mayoría de colombianos. Su autor sugiere que hay que estar demente para no aceptar tan “excelente pacto” y el candidato presidencial que no desee continuarlo es porque es un terrateniente paraco. Ya quisiera verlos apoyando un acuerdo tan denigrante si los terroristas convertidos súbitamente en senadores fuesen miembros del IRA o de ETA. Y yo que recomendaba que leyeran The Economist y no Semana, y ahora resultaron iguales.

La otra institución que se empeña en acabar con su reputación, es el Episcopado Colombiano, que como he dicho en otras ocasiones, con pastores así, para qué lobos. Si algunos miembros del Episcopado, plagado al parecer de creyentes de la infectada de comunismo “Teoría de la Liberación”, como ciertos altos prelados con parroquia en Cali, siguen dando señales contundentes de qué lado están, no duden que sus templos estarán cada vez más sobredimensionados, no por falta de fe en Dios, sino por culpa de sus indignos representantes. La iglesia Católica resistió que las inmundicias de algunos de sus altos jerarcas en épocas pasadas provocaran su desplome, pero en un mundo en el que ya no son ni podrán restablecer el monopolio de la espiritualidad, volverse aliados de la maldad es retar su destino.

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