La pesadilla

Se acabó, por fin, la pesadilla. Pero tras ocho años de mal gobierno, deja una estela de podredumbre que tomará mucho esfuerzo y tiempo componer.

Por eso, aunque es meritorio que el presidente Duque pretenda gobernar sin espejo retrovisor, no es menos cierto que es indispensable hacer un corte de cuentas que le permita a la ciudadanía saber el estado de cosas que nos dejan Santos y su gobierno. De otra manera ocurrirá que la gente empezará a cobrarle al nuevo gobierno el malestar heredado. La energía no puede ponerse en lo que fue sino en lo que será, pero un balance en blanco y negro, bien comunicado, es indispensable para saber de dónde se parte y para moderar las expectativas.

Dos puntos especialmente relevantes: el peor de todos, el precedente del irrespeto a la democracia y el sometimiento de las otras ramas del poder público al capricho presidencial. Santos engañó a los electores en el 2010, haciéndose elegir con unas banderas para gobernar con otras completamente opuestas. Mucho más grave, después se inventó un plebiscito para, cuando fue derrotado, desconocer su resultado. No solo se quedó en la Presidencia sino que corrompió a magistrados para que desmintieran sus propias sentencias de apenas semanas atrás. Y el Congreso también avaló el atraco. Saltó por los aires el pilar esencial de que la voluntad popular reina en una democracia y también se reventaron los principios de separación de las distintas ramas del poder y el de pesos y contrapesos.

Pésimo también el antecedente de gobernar a punta de mermelada, la corrupción sistemática de congresistas y periodistas, alquilados al servicio del Presidente a cambio de contratos, presupuestos y pautas. Mal acostumbrados como han quedado, tenderán a extorsionar al nuevo gobierno. Y ahí tendrá Duque un desafío monumental: gobernar sin mermelada y sin mayorías en el Congreso, con unos partidos envilecidos que, a la menor oportunidad, chantajearán. Si cae, alimentará a una oposición siniestra que se nutre del hartazgo hacia unos políticos corruptos. Si no, tendrá enormes dificultades para desarrollar su agenda política y legislativa.

La búsqueda de maneras distintas, transparentes, de asegurar apoyos partidistas es vital para el sistema democrático y para su suerte en el 22. ¿Eliminar los cupos indicativos, tras los cuales se esconde la fuente de la riqueza extraordinaria de muchos parlamentarios? Sin duda. ¿Evitar que las instituciones sean los cotos de caza personal de los congresistas? Claro. Hay que luchar sin descanso contra la corrupción política.

Pero hay que buscar espacios de representación, como en todas las democracias, y permitir que los parlamentarios puedan mostrar el éxito de sus gestiones políticas y lo positivo que trae para los ciudadanos de sus regiones ganar las elecciones.

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