Alberto Assa Anavi, un rector sin presupuesto

“Hay hombres que luchan un día y son buenos.

Hay otros que luchan un año y son mejores.

Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos.

Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.” Bertolt Brecht

El 24 de marzo de 1992 el gobernador del Atlántico, Gustavo Bell Lemus, con satisfacción y orgullo entregó al maestro Alberto Assa Anavi la condecoración “Puerta de Oro de Colombia” otorgada por el Ministerio de Educación Nacional. El agradecimiento del gobernador lo expresaba con el poema de Bertolt Brecht porque mi inolvidable, recio mentor y maestro de idiomas decía y practicaba: “No habrá desarrollo sin educación, ni progreso sin cultura.” Los dos tomos de sus memorias de periodista “Los rincones de Casandra” versan sobre arte y literatura, cultura y educación, personajes, viajes, opiniones, recuerdos y ocurrencias, divagaciones y otras cosas; es decir, el Profesor Assa, como es conocido en Barranquilla, aun después de su muerte, da a conocer su alma, espíritu y estilo, en profundidad como corresponde a un maestro, no un profesor. Con sus escritos aprendí pensamiento crítico del bueno: sagaz, certero, documentado. Recomiendo los dos tomos de “Los Rincones de Casandra” a los amigos periodistas.

Muy pocos barranquilleros conocen que la avenida 51B que conduce al mar lleva su nombre; que fundó la institución “El concierto del mes”, que convirtió a la música clásica a muchos barranquilleros; que varias organizaciones educativas han sido inspiradas por su ideario; que es el mejor traductor de Rilke y otros autores europeos, con amistades famosas entre la intelectualidad del viejo continente. Turco sefaradí de nacimiento, educado en las mejores escuelas, políglota, con dominio hablado y escrito del ladino, turco, francés, alemán, español, catalán, inglés y flamenco, sirvió como brigadista internacional de la Cruz Roja en la guerra civil española y vino a embarrancar a estas tierras en 1952, liberado de la dictadura franquista después de haber sido condenado a muerte. Muchas cosas más podría decir de ese portento de educador consignadas en estudios y comentarios de los que nos consideramos sus discípulos. Más detalles sobre el talante del Profesor Assa los puede usted leer en: “Alberto Assa no es una marca y no está a la venta” escrito por su hija Nuria Assa-Munt.

Cuando lo conocí como Rector de la Escuela Superior de Idiomas que después se convirtió en la Universidad Pedagógica del Caribe, hoy asimilada a la Universidad del Atlántico, luchaba por la supervivencia de la ESI que prácticamente sobreaguaba debido a las maromas que tenía que hacer con la Uniatlántico, de la que dependía, para pagarles a los profesores. Por eso se organizó una huelga para independizarse de su ‘alma mater’ y convertirse, con presupuesto propio, en la prestigiosa Universidad Pedagógica del Caribe. Llegó a ser reconocida como una de las mejores de Iberoamérica en el área de idiomas, de donde me gradué. Al retirarse Assa, por maniobras politiqueras en su contra, fue asimilada a la Universidad del Atlántico y se convirtió en otra Facultad de Idiomas. Pero Assa no se quedó quieto, ni se echó a la pena al ver destruido su sueño. Fundó el Instituto Experimental del Atlántico José Celestino Mutis, la mejor institución de bachillerato del departamento. Al morir, el 13 de marzo de 1996, nos enteramos que había donado su cuerpo a los estudiantes de medicina de la Universidad Libre, dando cumplimiento a su precepto de ser siempre útil. ¿Por qué escribo sobre el asunto?

En su columna “Si tan solo fuera cierto” dice el empresario y columnista barranquillero Thierry Ways: “Las marchas estudiantiles de la semana pasada nos recordaron la prioridad que debe tener la educación sobre todos los demás asuntos públicos. No hay persona informada que no sepa que la educación es la llave del progreso y la condición necesaria para el desarrollo. Todos sabemos que un pueblo que no invierta en educar a sus jóvenes está condenado al fracaso.

“Si tan solo fuera cierto”, replica Ricardo Hausmann. Para Hausmann, profesor de economía de la Universidad de Harvard, la evidencia empírica no respalda la idea de que la educación sea el secreto del crecimiento económico. “Los resultados son sorprendentemente decepcionantes”, dice. “Hay ‘algo’ que anda por ahí, y que no es la educación, que hace que la gente sea más productiva en algunos lugares que en otros. Para que una estrategia de crecimiento tenga éxito, se precisa descubrir en qué consiste ese ‘algo’.”

No pretendo yo descubrir ese ‘algo’, pero sí describir situaciones que se le parecen y que tienen diferentes presentaciones. Una que conocí a fondo fue la de mi universidad y por qué su fundador hizo de ella la mejor. ¿Por qué éramos diferentes y los mejores? Porque nuestros líderes lo eran, comenzando por el rector como queda descrito arriba. ¿En que creía Assa?

1. En la educación gratuita para todos, con selección de los mejores; si alguien se decía ‘camarada’ tenía que ser el mejor, obtener beca, destacarse intelectualmente. Cero mediocridad. Lo ilustro con un ejemplo personal. Nunca he sido comunista, pero los camaradas me ofrecieron beca para Cuba en 1962. Le consulté al Profesor Assa. Me dijo: “Si esos son comunistas, yo soy un paraguas.” Obtuve una beca Fulbright. Me salvé de la ilusión castrista, gracias a alguien que había sido brigadista internacional en la guerra civil española, era honesto, tenía un verdadero criterio altruista para los ideales sociales.

2. Se burlaba, pedagógicamente, de lo que Cuba se ufanaba en 1960, pero no lo llegamos a entender sino hasta mucho más tarde cuando descubrimos la historia de la isla. En la clase de gramática inglesa y traducción, dividía el tablero en 10 secciones. Entonces decía: “Fulano, mengano, perencejo al…’paredón.’ Y comenzaba la diaria prueba de conocimiento con las estructuras y triquiñuelas de gramática contrastiva más difíciles. En ‘el paredón’ aprendimos gramática, no a matar.
3. Nos decía: “Un profesor tiene que ser la persona más educada y culta de la comunidad.” Cada salón de la universidad tenía el nombre de alguien famoso, con biblioteca en el idioma respectivo: Shakespeare, Molière, Goethe, Pestalozzi, Cervantes, Dante Alighieri. Nos faltó el salón Homero para las clases de griego y el de cualquier pensador latino. Yo hubiera escogido a Marco Aurelio.

4. Teníamos que hablar y escribir inglés y francés obligatoriamente. El alemán hablarlo o comprenderlo. Eran opcionales: ruso, italiano. Para afianzar el dominio de los idiomas obligatorios teníamos que conseguir beca en uno de los países respectivos y era un compromiso de honor regresar al país para ayudar. Claro que Assa nos ayudaba con sus influencias en las embajadas de los países respectivos y hasta él mismo se encargaba del ‘papeleo’. Nuestras clases comenzaban a las 7 a.m. y terminaban a las 6 p.m.; pero había una ‘jornada extendida’ que iba hasta las 9 p.m., llamada Extensión Cultural, gratuita y abierta a la comunidad, en donde se matriculaban para estudiar idiomas. La universidad era un centro de cultura; nuestra familia. Además, podíamos pasar todas las materias, pero si fracasábamos en el Examen de Cultura General, estábamos en aprietos. Ese no era el resultado de una clase, sino de nuestro esfuerzo privado y permanente. ¿En qué consistía?

a. Semestralmente teníamos que dar cuenta de lecturas obligatorias y opcionales: resumen y crítica. Ahí fue cuando tuve que leerme El Quijote, Unamuno, Ortega y Gasset, el Siglo de Oro español, la generación del 98, García Lorca, Moliere, Rilke, Goethe, Heidegger, Sartre, etc.

b. Dar cuenta de los conciertos de música clásica a los que había asistido en Bellas Artes. El Profesor Assa, debido a sus amistades en Europa, traía concertistas internacionales gracias a la ayuda de empresarios comprometidos con la universidad. Los artistas no cobraban. Por muchos años Barranquilla presenció la asistencia de adolescentes curramberos escuchando a Beethoven, Chopin, Liszt; el ‘performance’ del artista era analizado. Para ello teníamos clases de apreciación musical enseñadas por concertistas que explicaban las dificultades de la pieza musical. Si alguien tenía buena voz era miembro de un coro. Assa fue el creador de la institución musical barranquillera “El concierto del mes.”

c. Analizar las exposiciones de pintura que se hacían en la Biblioteca Municipal. Ahí conocimos al barranquillero Ángel Loockhartt, Alejandro Obregón, una de cuyas compañeras del momento, una inglesa, nos daba clases de arte.

d. Resumen y crítica de películas que habíamos visto. Ahí aprendimos sobre el movimiento francés del cine de la nueva ola.

e. Todos los años el Profesor Assa nos planteaba un dilema moral diferente frente al que teníamos que argumentar por escrito. Ejemplo: “El hábito hace al monje;” pero también existe: “El hábito no hace al monje.”

f. Para el examen de cultura general entrábamos a las 7 a.m. y salíamos a las 6 p.m. Entregábamos unas 20 hojas manuscritas, tamaño oficio. El Profesor Assa leía todos los exámenes para conocer el alma de sus estudiantes.

5. Y aquí viene lo bueno por lo que muchas feministas protestarían en el 2018. Como a la carrera de idiomas y de Secretariado Multilingüe Diplomado, se matriculaban chicas de las clases privilegiadas a la vez que de las clases pobres, las jóvenes tenían que usar uniforme. ¿Cuál era el argumento? En 1960 la clase social se veía más en la ropa de la mujer que en la del hombre; y para evitar discriminación y ahorrarle plata a los padres había un uniforme sencillo de falda azul y camisa blanca. Hoy en día ya no se diferencian porque hombres y mujeres usan jeans; además, en las empresas muchas mujeres se alegran del uniforme desentendiéndose así de la trampa de la apariencia.

6. Pero… nos enseñó un profundo respeto por la mujer, el sexo, el arte, la poesía, Dios, inspirado en las enseñanzas de Rilke expuestas en “Cartas a un joven poeta” cuya traducción se considera la mejor del castellano.

7. Y sigue lo mejor; en 1960 los baños de la Universidad Pedagógica del Caribe permanecían como una tacita de plata, con papel higiénico, porque predicaba el Profesor Assa: “La cultura de un pueblo se conoce en los baños.” Obviamente no había grafitis vulgares por ningún lado, ni en los baños ni en la universidad.

8. Ahora lo excepcional: pensaba que el rector de la universidad debería ser elegido por los estudiantes según su peculiar ideario democrático.

¿Qué sucede entonces con un futuro pedagogo que estudia en semejante ambiente? Se inspira y trasmite esa inspiración a sus discípulos. Assa diferenciaba entre profesor y maestro. El profesor enseña trasmite conocimientos y tiene estudiantes que sobresalen, pasan exámenes, copian en los exámenes, truecan notas, piden cacao, etc. El maestro inspira y busca que el discípulo sea mejor que él; por eso lo guía, se desvela, se sacrifica. El discípulo honra a su maestro como una cuestión de honor. Cuando la Escuela Superior de Idiomas no tenía presupuesto los profesores enseñaban gratis y se las ingeniaban para sobrevivir inspirados en el ejemplo de su rector. Para la clase de literatura el mejor trabajo se publicaba como columna periodística en Diario del Caribe. Así progresamos y nos desarrollamos. Como la plata se consigue de alguna forma, la educación de calidad no es una cuestión de presupuesto, pues hay maestros en pueblitos olvidados de Colombia que con su ejemplo siembran semillas de vida, progreso y desarrollo.

Creo que la inspiración, el deber, el honor, la gratitud y diversas virtudes para dar lo mejor de sí, guiados todos por la razón y la responsabilidad, es ese ‘algo’ que busca el Profesor de Harvard: un nuevo modelo educativo, que además enseñe a ser un caballero y una dama en el siglo 21 que es una forma de descontaminarnos de la mentalidad masiva. Aquí en Colombia se ha dado a veces guiado por maestros excepcionales, aunque se desconozca cómo se logra y si caben dentro de las clasificaciones acostumbradas. Esa fue la ‘escuela’ de Assa, significando con ello un ethos o costumbre, conducta, carácter, personalidad, modo de ser. De esta raíz griega se deriva el concepto de ‘Ética’, entendida esta como sistema de principios que explican y justifican filosóficamente el obrar humano, la vida social y, por supuesto, el acto de educar; es decir, sacar de cada quien lo mejor de sí. ¿No sería eso lo que nos deberían proponer los maestros de Fecode? Tendrían el apoyo de toda la sociedad.

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