El desastroso legado de Chávez

Hace 20 años llegó al poder Hugo Chávez. Él comenzó el proceso de destrucción de la democracia venezolana y del tejido social y económico del país. Su revolución solo ha traído ruina.

Hace veinte años se produjo el triunfo electoral del entonces teniente coronel Hugo Chávez, militar golpista indultado por el presidente Rafael Caldera. Chávez había intentado tomar el poder por la fuerza, buscando derrocar al desprestigiado mandatario Carlos Andrés Pérez, que desempeñaba su segundo gobierno en medio de un clima de malestar social.

El golpe fracasó y Chávez fue encarcelado. El siguiente presidente, Caldera, lo indultó, y quien parecía un militar de mediano rango y verbo florido, acaparó la atención nacional y se volvió un fenómeno electoral. Ganó sobrado las elecciones de diciembre de 1998. Los venezolanos de esa época estaban, con toda razón, hartos de la clase política, de la corrupción, de la ínfima calidad de sus dirigentes. Creyeron que Chávez daría un vuelco tal que Venezuela dejaría atrás los vicios de sus gobernantes.

En febrero de 1999, Gabriel García Márquez publicó una crónica de una larga conversación que tuvo con Chávez días antes de que este asumiera la Presidencia. El Nobel colombiano, simpatizante declarado de Fidel Castro y del régimen cubano, tuvo sin embargo la lucidez de prever lo que podría venirse para Venezuela. Concluía su escrito (“El enigma de los dos Chávez”, publicado en la revista Cambio) con este párrafo: “me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

Muy poco tiempo después de asumir el poder, Chávez, que primero se había declarado simplemente bolivariano, devoto de los ideales de Simón Bolívar, comenzó a revelar que era una ficha más del régimen castrista y de sus postulados de control total del mando, eliminación de la separación de poderes, y ejecutor del principio rector de que la voluntad del caudillo (en Cuba Fidel, en Venezuela, Chávez) era suficiente para desempeñar el cargo. La sola palabra del autócrata es ley.

Chávez convocó elecciones a razón de casi una al año y se declaraba ganador de todas. Rápidamente el poder electoral cayó bajo su brazo. La oposición, con errores propios pero, ante todo, con represión del Gobierno, quedó arrinconada. El caudillo erigió lo que llamó Revolución del siglo XXI con el apoyo de nostálgicos de los levantamientos populares.

Veinte años después la Revolución Bolivariana muestra al mundo uno de los fracasos más estrepitosos de la historia contemporánea. Una destrucción de una nación, la ruina económica, moral, social, empresarial. Con su capacidad productiva pulverizada, sus riquezas pignoradas, bajo un régimen dictatorial brutal e inhumano, con la libertad de expresión y de prensa violadas a diario por el régimen.

Solo una clase minoritaria tremendamente sectaria sigue aplaudiendo los “hitos” del chavismo. Varios de quienes iniciaron su “revolución” con el caudillo están también encarcelados por orden de los arribistas que llegaron después. La corrupción de sus líderes supera todo cálculo. La Asamblea Nacional está clausurada. El presidente actual convocó elecciones cuyo resultado no es reconocido por casi ninguna nación civilizada.

El temor de García Márquez se hizo realidad. El coronel que lo encandiló con su verbo terminó siendo un déspota más, una figura divinizada por la fuerza bruta de sus sucesores y beneficiarios en el reparto de las riquezas venezolanas. Ni uno solo de los valores que dijo representar es hoy realidad en su país. Sus habitantes huyen como pueden del infierno que les legó una Revolución corrupta e indigna.

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