¡La tal revolución “bolivariana” no existe!

Salvar a Simón Bolívar de los sátrapas
Virtud, coraje y dignidad, la esencia del Libertador

Esta semana el presidente de Brasil Jair Bolsonaro sostuvo en Davos, a raíz de la implosión venezolana, que el propósito en América Latina es quedar libres de la izquierda y en particular de la revolución “bolivariana”. Con ello quiso referirse a las nefandas características de los gobiernos antecedentes, incluida la nación brasileña, durante el extenso período que, por fortuna, ya ha entrado en agonía definitiva en diferentes partes del continente, después de tantos lustros de caos, corrupción y populismo.

Las palabras del primer mandatario carioca son, por supuesto, fundamentales en el nuevo liderazgo que está ejerciendo en la zona suramericana desde su misma posesión. Pero valga una precisión, con miras a que no existan equívocos hacia el futuro: nunca hubo la tal revolución “bolivariana”; lo que hubo, en cambio, fue un manotazo a la figura del Libertador para llenar el vacío mental de los detentadores del régimen venezolano y cuyos propósitos subyacentes de enriquecimiento y poderío trataron de expandir internacionalmente a través de la feria de los contratos petroleros, a cambio de respaldos comprados. No por ello, sin embargo, representan en modo alguno, ni siquiera en un ápice, la lucha sublime y el talante imperecedero de Simón Bolívar.

A nadie puede ocurrírsele lo contrario bajo un modelo que ha fracasado estruendosa y trágicamente en todos sus frentes. La catástrofe económica es un hecho palmario, lleno de estadísticas reveladoras, y la prolongada bofetada al pueblo venezolano ha llevado a la hambruna más miserable en uno de los países más ricos del orbe por sus reservas petroleras. El Producto Interno Bruto ha descendido en más del 50 por ciento y la inflación se dispara en una rueda geométrica diaria, es decir, que se contabiliza por horas (por no decir minutos). El dinero no tiene valor alguno y ni siquiera sirve para hacer fogatas. La debacle alimentaria y el cataclismo del servicio médico no se compadecen en una nación que estaba llamada a la vanguardia y que costará decenios recuperar. Tan es así que cada venezolano ha perdido, en promedio, alrededor de nueve kilos. El hambre está, hace tiempo, a la orden del día. La inmigración es por tanto una constante, puesto que la huida es la única alternativa a la extenuación, de lo que Colombia y los colombianos son testigos en grado sumo. La escolaridad es solo un privilegio para los afectos al régimen. El libre pensamiento y el juego de la democracia, desde luego, han desaparecido por completo. La seguridad ciudadana es inexistente y más de medio país anda armado, bien por la amenaza oficialista, bien de protección personal frente a los forajidos que campean en las calles. La intelectualidad venezolana ha sido eclipsada por la bota y el exiguo turismo pervive bajo sospecha. Las empresas son apenas remedo de lo que algún día fueron y las instituciones se han feriado durante años al mejor postor, mejor dicho, al mejor ladrón. Nadie hace nada, salvo vivir de una burocracia inútil y los millones que no se pliegan a ese sistema parasitario llevan una cruz a cuestas.

No se encuentra allí, de ninguna manera, el núcleo esencial del pensamiento y el procedimiento bolivarianos cuya ideología se edificaba a partir de un solo elemento sustancial: la virtud. Esa virtud que en su tiempo fue desestimada por quienes no tuvieron la capacidad de entender al Libertador, muchísimo menos los homúnculos que en los últimos tiempos han pretendido representarlo cobijados por tan aleve y cobarde práctica.

En cambio, la virtud bolivariana se ha expresado en toda la línea en el bravo pueblo que ha sabido resistir la satrapía y que ha emergido bajo el liderazgo de Juan Guaidó, dentro de una conducta emblemática de la más clara estirpe ghandiana, o sea, de la doctrina pura de la no violencia. He ahí su fuerza gigantesca. Y la expresión nítida del verdadero Simón Bolívar, por su dignidad y su coraje. De modo que hablar de “revolución bolivariana”, como símbolo del régimen que se derrumba, es llevarse por delante al Libertador y una contradicción absoluta en los términos. Más bien debe entenderse que la revolución bolivariana es, por el contrario, la del presidente interino, Juan Guaidó, la de la oposición y la de quienes allende las fronteras no reconocen la satrapía madurista, es decir, los que efectivamente ven en aquella a los herederos de Boves, de Monteverde, de Antoñanzas y tantos sargentones que en la época de la Independencia como en la de hoy llenaron a Venezuela de oprobio.

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