‘Iván Márquez’: no más esperas

El segundo cabecilla de las disueltas Farc les incumple a la JEP, la desmovilización, el Gobierno, el Congreso y el país. Su ausencia es tan notoria como su desprecio por la búsqueda de la paz.

Su distancia física y simbólica, sus respuestas provocadoras y sus incumplimientos reiterados separan hoy más que nunca a alias “Iván Márquez” (Luciano Marín Arango) del proceso de reinserción a la vida civil y política de la Farc. Es marcado incluso su rompimiento con otros miembros del Secretariado y del Estado Mayor Central de la otrora guerrilla, ya disuelta. Márquez no les cumple ni a la JEP ni a las víctimas ni al Gobierno ni a la sociedad colombiana. Hoy, la JEP debe definir su situación.

Bajo el argumento de que su vida está en peligro, Márquez abandonó Bogotá y luego desapareció de la zona transitoria de reincorporación de Miravalle, en Caquetá. Cabe preguntar: ¿qué problemas de seguridad puede tener Márquez, por ejemplo, que sean más graves y previsibles que los de “Timochenko”, “Pablo Catatumbo” o “Pastor Alape”?

El exjefe guerrillero acusa incluso falta de garantías jurídicas y la “desfiguración de la JEP”, mientras que los colombianos cuestionan la laxitud de ese tribunal y su excesiva condescendencia, con él, al no comparecer y desatender llamados y fechas de aplazamiento de sus diligencias.

La decisión del Consejo de Estado de despojarlo de la investidura de senador, al no ocupar el escaño, es apenas la consecuencia lógica de la creciente separación de Márquez del conjunto de las actividades de reincorporación e integración a la civilidad.

El decreto resumió las alternativas muy fáciles de Márquez para sortear sus problemas y diferencias: “tuvo la posibilidad de diseñar salidas concertadas con su partido (la Farc), para no sacrificar su obligación de promover la reintegración política colectiva”.

Resolver sus amenazas de seguridad, ante la protección y garantías que le otorgaba su condición de senador, era muchísimo más fácil, claro, que esclarecer su mención y vínculos con una conspiración para enviar 10 toneladas de cocaína a EE. UU. junto a “Jesús Santrich” y otras personas.

Ese tal vez sea el fondo de la acumulación de desplantes de alias “Iván Márquez” frente a un proceso de negociación y desarme en el que no cree, según se desprende de sus propias palabras: fue “un grave error haber entregado las armas a un Estado tramposo”.

El cálculo que deben hacer el Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas, además del conjunto de movimientos y actores políticos, está en el influjo —negativo para este caso— que tiene Márquez entre guerrilleros rasos y mandos medios, en lo que parece el irreversible rearme de, por lo menos, el 40 % de ese grupo dañino y anacrónico.

Hay espacio, según informe de este diario, para que el “desaparecido” líder subversivo se convierta en figura articuladora, en lo político e ideológico, de unas disidencias igualmente penetradas e instrumentalizadas por el narcotráfico internacional.

El doble e histórico desprecio de “Iván Márquez” al Estado y la institucionalidad colombianas cada vez deja menos dudas de la orilla a la que ha vuelto: la de la ilegalidad. Primero alentó el contraestado con el ejército irregular y brutal que fueron las Farc, y ahora reniega del generoso, complejo y paciente proceso de negociación en Cuba.

Junto a “el Paisa”, “Romaña” y “Aldinever”, “Iván Márquez” se aleja de la construcción de la paz y se adentra en un nuevo capítulo de agresiones contra la sociedad, las instituciones y el Estado colombianos. Igual que hace 33 años, parece haber abandonado su curul, y la civilidad, para retomar la senda de las armas, esa que tiene por destino asegurado la violencia y el crimen.

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